Los ojos de Marco Antonio



La vuelta a la rutina después de las vacaciones no había sido como esperaba; un nudo en la boca del estómago le recordaba que no había cumplido su promesa. Miró a su hija, que estaba tratando de encajar las últimas piezas de un puzzle de princesas Disney, y perdió la noción del tiempo, como tantas otras veces, embobada ante aquellos ojazos verdes y esa tez tan morena. Suspiró, no se parecía en nada a ella. Dejó de enrollarse el pelo con el boli bic y decidió que el momento había llegado.

Lo difícil iba a ser explicarle a una niña de cinco años lo del polvo en suspensión. Ella siempre había pensado en contarle lo de las florecillas, el polen y el abejorro que se largó, cuando llegara el momento, pero la realidad era muy diferente a como se la había imaginado seis años atrás y Calima exigía otro tipo de explicación. 

-      ¿Tengo papá?, ¿dónde está?, ¿cómo se llama?, ¿por qué no lo he visto nunca?, ¿por qué no vive con nosotras?, ¿por qué no me llamó en mi cumple? En el cole hay un niño que tiene dos papás y yo no tengo ninguno, ¿cómo puede ser eso?, ¿me tiene que dar uno?, ¿dónde se compran los papás?...

Pero lo único que la inspectora Paola Martín, de homicidios, recordaba de aquella noche, es que él tenía los ojos verdes y que hablaba en italiano. Nada más. Ni nombre, ni edad, ni si estudiaba o trabajaba… Nada.

Fue justo después de las oposiciones. Necesitaba liberarse del estrés acumulado y alguien le sugirió que se cogiera unos días. Tranquilidad, sol, playa, energía del volcán, un masajito, vinoterapia… y carnavales.

¡¡¡Carnavales!!! Cuando reservó el viaje por internet, nadie le dijo que llegaría a la isla en pleno carnaval y el único antifaz que llevaba en el equipaje era uno de esos para dormir, con perlas frías de gel de rosa para ojos hinchados y alivio para el dolor de cabeza, que se compró por Amazon.

Era tarde para pensar en un disfraz; estaba en el avión, había podido elegir pasillo y, por primera vez en su vida, viajaba completamente sola. Sin amigos, sin familia, sin pareja… sola.

Lo que no sabía era que aquel viaje cambiaría su vida para siempre.

Notó el cambio de temperatura nada más atravesar el finger. No es que fuera excesivamente abrigada, pero de donde ella venía, en pleno mes de febrero hacía frío, y ahora no sabía dónde meter el tres cuartos caqui con borreguito por dentro. Se estaba achicharrando.

Ya en el taxi, mandó un Whatsapp a su madre para decir que había llegado y le recordó el cambio horario y su intención de dormir hasta las tantas y descansar.

“Una horita menos, mamá, recuerda que aquí es una horita menos”, le escribió, y añadió un montón de emoticonos de caritas sonrientes y de corazones. 

-      Entonces ¿qué?, ¿a pasar los carnavales? Pues llega usted a tiempo, mañana tenemos el Carnaval de Día en la capital. Bueno, de día, de noche, lo que usted quiera… – le informó el taxista.

Sonrió. No es que fuera la ilusión de su vida, pero ya que estaba allí, lo que tocaba era disfrutar y pasarlo bien.

-      Pues sí, muchas gracias. ¿Podría indicarme un sitio para comprar un disfraz?

-      Vaya a los chinos mujer, que allí tienen de todo.

Ella volvió a darle las gracias cuando la dejó en la puerta del complejo de apartamentos y empezó a fantasear con su disfraz. ¿Iría de tigresa?, ¿de enfermera asesina?, ¿de tortuga ninja?, ¿india, romana, cavernícola, bombera, camarera, granjera, estrella del rock?

Buff, con lo que le costaba decidirse (como buena Libra), tardaría una eternidad. Entró en el apartamento (planta baja, con acceso directo a la piscina) tiró el tres cuartos encima de la cama, abrió la maleta, se cambió de playeras, cogió las gafas de sol y la horrenda mochila rosa superpija de Tous, que su abuela le había regalado con toda su buena intención, y salió dispuesta a transformarse, como si de una concursante de “Tu cara me suena” se tratara.

Volvió muerta de risa y con una bolsa en cada mano. Se había hecho tarde y tenía que descansar, así que cenó algo rápido y se acostó, con la imagen de su personaje en la cabeza.

Aquella mañana cuando se abrió la puerta del baño ya no era la agente Paola Martín; se había convertido en Cleopatra VII, la última reina de Egipto. Inmortalizó el resultado en varios selfies, cambió el perfil de Whatsapp, Facebook e Instagram y salió.

Casualidades de la vida, en el mismo complejo turístico, Cleopatra se encontró con un particular Marco Antonio de ojos verdes y acento italiano que formaba parte de un grupo de amigos que estaban de despedida de soltero. Le animó a unirse a ellos y Paola-Cleopatra aceptó encantada.

Lo que ocurrió después pasaría a formar parte de la lista de cosas que nunca contaría a su hija. Música, baile, cervecita va, cervecita viene, que se han ido todos, que nos quedamos solos, que si en tu apartamento o en el mío, que si mejor en la playa que está más cerca, que si te subes al muro, que si te echas para atrás piano piano, que si me voy a caer, que ya verás que no que yo te sujeto, que si la ‘caidita de Roma’ mientras la orquesta tocaba “By de rivers of Babylon” y, a la mañana siguiente, que si te he visto no me acuerdo. Sólo una enorme resaca, unas nalgas doloridas y arañadas por el roce contra la piedra del muro, el recuerdo de quedar prácticamente suspendida en el aire, unos ojos verdes y un acento italiano…


Lucas Bernini se agachó para recoger la cartera que se había caído mientras jugueteaba con ella esperando pacientemente a que Paola se terminara el café y dejara de hablar por teléfono. No se dio cuenta de que una fotografía en blanco y negro quedaba olvidada sobre la alfombra. La que sí se percató fue doña Jacinta, que había estado observando cómo el subinspector se movía nervioso de un lado para otro.

La cogió. 

-      ¡Qué mujer tan guapa!, ¡vaya ojos que tiene! ¿quién es? – preguntó mientras escudriñaba con curiosidad la foto.

Era una imagen antigua, pero la muchacha que posaba sonriente tenía cierto aire familiar que a doña Jacinta no le había pasado desapercibido. Le recordaba a alguien, ¿pero a quién? Esos ojos…

Bernini interrumpió sus pensamientos.

-      Gracias, es mi madre, Antonella. La verdad es que siempre ha sido muy guapa.

¿Su madre?, ¡Ah, no! Entonces no podía conocerla. Según le había contado Paola, el padre de Bernini tenía orígenes árabes y su madre era italiana. Abandonaron el país porque, comparado con su historia, el conflicto de los Capuleto y los Montesco, era un cuento para niños de tres años. Lucas llevaba el apellido materno.

“Curioso, muy curioso”, pensó doña Jacinta. Observó de nuevo los ojos de aquella mujer que brillaban intensamente, como si quisieran decirle algo… Sin saber por qué, giró la cabeza y, por primera vez desde que lo conocía, se olvidó del policía y se fijó en el hombre. Lucas se acababa de quitar las gafas. Tenía los ojos verdes, muy verdes, la tez morena y un aspecto muy atractivo a pesar de las ojeras y la barba descuidada.  

Calima encontró el zapato de Cenicienta. Su puzzle estaba terminado. Acababa de encajar la última pieza.

 




Comentarios

  1. Y la abuela también ha encajado la pieza que faltaba, me temo... uy, uy, uy!!!! Aquí hay "marru"...
    Soy Charo del Face

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    1. Nada es lo que parece, jajajajja. Muchas gracias por tus comentarios, guapa.

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