La Justi




Si alguien tenía información sobre lo que había pasado, esa persona era ‘La Justi’. No se le escapaba una, siempre estaba al tanto de todo, sabía dónde poner el ojo sin que nadie sospechara, tenía contactos por todas partes, una respuesta para cada pregunta y una solución para cada problema.

Hacía ya unos cuantos años que se había convertido en la principal confidente de la inspectora Paola Martín, de homicidios. Más o menos desde que se vio obligada a aceptar una jubilación anticipada que no le hizo demasiada gracia y tuvo que dejar la empresa que tantas alegrías le había dado entre promociones de robots de cocina, reuniones ‘marujiles’ en las que conseguía encasquetar el último modelo de tupperware a las vecinas del barrio y los showroom (ahora se llamaba así) de todo tipo de productos cosméticos.

“Preferimos a alguien con una imagen más joven y más fresca y tú te has ganado un más que merecido descanso”. Uyyy, aún se enfurecía al recordar las palabras y la estúpida sonrisita de la ayudante del director de Recursos Humanos.

¡Qué manera tan fea y soez de echarla! Se había atrevido a llamarla vieja. Así, sin anestesia ni nada. La repipi esa... ¡menuda petarda! Nunca la había aguantado. No soportaba sus aires de superioridad, ni esa melena tan divina con mechas californianas siempre perfectas, ni esas uñas impecables, que parecían de verdad, pero que eran de gel, ni ese culo duro y prieto a lo Jennifer López… La miró fijamente y no pudo evitar un gesto de asco y desdén.

Se levantó, cogió el maletín con las últimas muestras de barras y perfiladores de labios, sombras de ojos, coloretes y cremas exfoliantes, quitó las rosas amarillas del florero que había encima de la mesa, le lanzó el agua en toda la cara y se fue, no sin antes aconsejarle, eso sí, que empezara a utilizar una máscara de pestañas waterproof, al ver los churretes negros producto del remojón.

Y es que, ‘La Justi’ era mucha Justi pero, en el fondo, tenía buen corazón, era un cacho de pan. Siempre dando consejos, siempre ayudando a los demás… y muy devota ella de la Virgen de Begoña (Begoñako Andra mari).

Acabó asumiendo que ya no era una jovenzuela, así que solo tenía dos opciones: o reinventarse o morir. Como lo de morir así sin más no le venía demasiado bien, optó por lo primero y, aprovechando su experiencia, probó suerte en el maravilloso mundo de los tuppersex. Pero medio barrio escandalizado y un marido acomplejado no era precisamente el resultado que esperaba obtener.

Cambió de idea y se apuntó a un curso rápido de maquillaje on line, por aquello de aprovechar el maletín que se había llevado.

Tras ese primer curso, llegó otro de ucraniano, un tercero sobre cómo sobrevivir sin agua en territorio enemigo y, finalmente, preparó la matrícula para hacer un curso de espía, también por internet. Merecía la pena, le mandaban un kit completo a casa: relojes espías, cámaras espías, gafas espías, micrófonos espías, despertadores espías… Todo muy moderno, última tecnología.

Cuando Paola Martín la vio en acción, tan resuelta y colaboradora con la policía para aclarar aquel asalto a mano armada, que vivió de forma directísima, a la clínica de ese podólogo tan famoso que le estaba tratando los juanetes, le propuso convertirse en su ‘soplona’. Ella aceptó encantada.

La inspectora miró el reloj, las 14:40. ¡Mierda!, no se imaginaba que fuera tan tarde y aún le quedaba por revisar los últimos expedientes. Justina la justiciera (como le gustaba a ‘La Justi’ que la llamaran) la había puesto sobre una buena pista.

El subinspector Bernini entró como un caballo desbocado, casi sin aliento y sudando como un pollo.

-      Inspectora, corra, dese prisa, ha llamado ‘La Justi’. Tiene algo, dice que la espera donde siempre, a las 15:00, y que no se retrase, bajo ninguna circunstancia.

Paola Martín volvió a mirar el reloj, las 14:45, apenas tenía tiempo, no llegaba, imposible.  

-      ¿Viene usted también? – preguntó, mientras se levantaba a todo correr.
-      No se preocupe, vaya, vaya. No quiero que se retrase por mi culpa. Comeré algo rápido por aquí, luego nos vemos.
-      De acuerdo. Dejo el ordenador encendido, apáguelo cuando termine, por favor.

Le costó quitarse el amago de moño que se había hecho retorciendo la melena con un boli de esos de cuatro colores, cogió la placa, la pistola y el bolso y puso a prueba las horas de gimnasio bajando a saltos las escaleras de la Comisaría. No había tiempo que perder.

El Mini azul descapotable que había usado para su último caso estaba aparcado justo delante de la puerta. Pegó un salto (como Geena Davis en ‘Thelma & Louise’) y se metió dentro, lanzó el bolso sobre el asiento trasero, arrancó y salió a toda velocidad hacia el punto de encuentro. Pensó que, a esas horas y siendo domingo, no habría mucho tráfico… Error.

Pasaban 15 minutos de la hora prevista y, para colmo, el ascensor de aquel edificio de diez plantas que conocía tan bien, estaba estropeado. Suspiró, tenía que subir hasta el último piso.

‘La Justi’ la oyó llegar y abrió la puerta.

-      ¡Virgen de Begoña! ¡Menudas horas!, ya podrías haber llamado, mandado un Whatsapp o algo diciendo que te ibas a retrasar. ¿Aún no sabes que el arroz, como lo tengas más de veinte minutos, se pasa? ¡Y las croquetas se están quedando frías!
-      Ay mamá, lo siento, que me he liado con el papeleo - se disculpó Paola.
-      Anda, deja la pistola en la cajita del taquillón, lávate las manos y siéntate, que tu abuela ya se ha bebido media botella de vino y la niña se va a terminar todo el pan ¿Hoy no viene Bernini?
-      Sí, luego, al café.
-      Me gusta ese chico. Y a tu padre, también.

Comentarios

  1. Ay, cuántas "Justis" sueltas hay por el barrio!!

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  2. Anda!! Si era su madre!! jajajaja... Menuda soplona estaba hecha. Como siempre, genial, chica. :)
    Soy Charo del Face

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