Encargo mortal


Todo iba bien hasta que recibió la orden de matarla. No había sido una petición, ni una propuesta, ni mucho menos una sugerencia. No tenía alternativa, había sido una orden clara y directa.

Hay que acabar con ella y tienes que ser tú. Debes hacerlo tú.

Sabía que era peligrosa, conocía muy bien lo que su sola presencia provocaba, pero ¿matarla? Paola Martín no era una asesina, era inspectora de policía. Y de la buenas. De ésas que toman el café solo doble, cargado y con extra de azúcar.

Abrió el cajón de su escritorio y sacó su semiautomática, su maravillosa Heckler & Koch USP. Acarició la empuñadura de polímero reforzado con fibra de vidrio y piezas de acero inoxidable y comprobó el cargador, estaba vacío. La sensación que le produjo tocar el arma no le gustó. La guardó de nuevo y cerró el cajón.

Si lo iba a hacer, tendría que ser de otra manera. Su arma reglamentaria no le serviría de nada, era inútil tratar de usar la pistola contra su objetivo.

Necesitaba pensar… Cogió el bolígrafo y comenzó a enrollarlo en uno de sus mechones. Le ayudaba. Se armó de fuerza e intentó por quinta vez mirar la imagen que aparecía en la pantalla del ordenador, pero no pudo evitar una náusea. Necesitaba aire, se levantó y corrió hacia la ventana.

¿Ya has pensado cómo lo vas a hacer?

El subinspector Bernini entró sin llamar a la puerta con dos vasos de café de máquina (asqueroso, por cierto). Estaba contento de que Paola hubiera dejado atrás su aventura como detective privado (un solo caso en dos años, un desastre). Le gustaba tener a su compañera, su jefa, de vuelta en Comisaría. Ellos se entendían bien, pero esta vez no iba a poder ayudarla. Lo habría hecho de mil amores, con los ojos cerrados, pero las órdenes eran las órdenes y Paola debía ejecutarlas sola.

No, aún no sé cómo demonios lo voy a hacer, ni sé por qué lo tengo que hacer yo. ¡Me cago en todo, Lucas! Soy inspectora de policía (y de las buenas), mi cometido no es matar —, protestó.

Bernini se encogió de hombros, entendía la frustración de su amiga pero, hasta donde él sabía, era necesario que ella superase esa terrible prueba de fuego.

¿De verdad que no tengo otra alternativa? No sé, ¿dejarla inconsciente?, ¿desorientarla y que se pierda?, ¿darle un golpe lo suficientemente fuerte para noquearla pero no tanto como para matarla? Llevo días siguiéndola, sé dónde se oculta, a qué hora sale por la noche y cómo corre a ocultarse con el primer rayo del día. Se mueve con rapidez, pero conozco cada uno de sus movimientos. Sólo tengo que atraparla cuando menos se lo espere, pero ¿matarla?, ¿en serio que la tengo que matar?

Cada pregunta de Paola obtenía como respuesta un movimiento de cabeza de Lucas Bernini, las cuatro primeras en sentido negativo, las dos últimas en positivo.

Paola cerró la ventana y volvió a sentarse evitando mirar la pantalla del ordenador. Se tomó el café de un trago, sin saborearlo (era de máquina, asqueroso) y se prometió a sí misma que aquella noche (oscura, por supuesto, que para eso se iba a cometer un crimen) acabaría todo. Le habían ordenado matarla y tenía que ser ella quien lo hiciera, debía ser ella. Estaba sola, Bernini no podría acompañarla esta vez. Era una orden.

No apagó el ordenador, suspiró, metió el móvil y la placa en el bolso y sacó las gafas de sol y las llaves del coche. Se estaba haciendo tarde, le había prometido a su abuela que cenarían juntas y si había algo que odiaba doña Jacinta era que la comida se quedara fría.

No quería hacerla enfadar.

Cuando escuchó el tintineo de las llaves, la buena señora apagó la radio y asomó la cabeza por la puerta de la cocina. Olía a torrijas.

¡Hija, por dios!, qué cara me traes, ni que estuvieras pensando en cometer un asesinato. 

Abuela, por favor, déjalo ya —, se quejó. 

Hay que ver qué piel más fina tenemos hoy… Por cierto, mañana va a llover, que lo han dicho en la radio. ¡Venga!, lávate las manos que a saber lo que has estado tocando en esa comisaría, y vamos a cenar, que ya está la mesa puesta.

Paola hizo caso sin decir nada más, no tenía ganas de hablar. Se quitó los zapatos, dejó el bolso sobre el aparador de la entrada y se dirigió al cuarto de baño. Quería relajarse dos minutos, refrescarse la cara y ensayar una sonrisa antes de ir a saludar a su hija. Su cabeza era una olla express cocinando diferentes posibles alternativas para acabar con su objetivo. Tenía que ser esa noche.

¡¡¡Mamiii, mamiii, mamiii!! 

Adiós relax. Los gritos de angustia de Calima llegaban desde el salón y un escalofrío recorrió la espina dorsal de la inspectora, que acudió desesperada, descalza y con la cara mojada, al auxilio de su pequeña.

Fue rápido. La niña, acorralada contra la pared, temblaba de miedo. La inspectora no sabía cómo ni por qué, pero allí estaba ella, su objetivo, delante de sus narices. Se movía nerviosa, amenazante. Miraba fijamente a la niña y se giraba hacia Paola. Miraba fijamente a Paola y se giraba hacia la niña. El movimiento se repetía una y otra vez. Giros rápidos y silenciosos, sin emitir ningún sonido, nada.

Calima lloraba y gritaba, gritaba y lloraba. Paola no podía salvar a su pequeña, se había quedado petrificada. El pánico se había apoderado de ella y todos los músculos de su cuerpo se agarrotaron.

No la vio venir…

¡¡¡A tomar por culo ya la jodía cucaracha, hombre!!!

La zapatilla de doña Jacinta dio de lleno en el blanco. Los giros cesaron.

El cadáver quedó espachurrado contra la alfombra (de Ikea) a escasos diez centímetros de los pies descalzos de la inspectora Paola Martín, de homicidios.

Ahora tenía otro problema, había que deshacerse del cuerpo, de la alfombra y, lo que es peor, del arma del crimen.

¡A ver quién coño le quitaba la zapatilla a doña Jacinta!


Comentarios

  1. Ya echábamos de menos las aventuras de la superinspectora Martin, como siempre hemos estado en vilo hasta el final jajaja 😂 😂 😂 😂 😂 😂

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  2. Divertidísimo y en la mejor línea de los, ya clásicos, casos de la inspectora Paola. Por favor, que se prodigue más. Un placer leerte de nuevo,

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  3. Jajajaajaj me ha encantado .. se le echaba de menos inspectora. Bienvenida 🫂😘🎉

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  4. 👌🏻👏🏻👏🏻me alegro de leerte por aquí de nuevo, me ha encantado 🥰😘

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  5. Soy tu prima Eva, tampoco sé porqué sale "anónimo"🤗

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  6. Y yo pensando que ibas a acabar con uno que yo me sé jajajaja

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