Olegario Salas-Vayne


Llevaba más de veinte minutos de pie, observando y escuchando a la mujer que tenía enfrente, sin tener muy claro cómo había llegado hasta su recién estrenado despacho. No le había dado tiempo a colocar la placa identificativa en la puerta y la máquina de café estaba aún sin instalar, así que tan solo pudo ofrecerle un vaso de agua, mientras ponía todo su empeño en liberar una silla del embalaje de plástico con burbujitas que la envolvía, para que la recién llegada se pudiera sentar. 

No hacía ni 48 horas que, a pesar de la insistencia del comisario Ramales, había abandonado su puesto como inspectora de homicidios para probar suerte y estrenar sillón en su propia agencia de detectives. El olor a pintura fresca se colaba sin piedad por las fosas nasales hasta llegar a la garganta y una montaña de cajas, apiladas de cualquier manera contra la pared del fondo, amenazaba con desmoronarse de un momento a otro… Pero ya tenía su primer caso. Raro, muy raro, pero un caso al fin y al cabo.  

—Bien, desde el principio, ¿cómo se llama su marido?

—Ole, Ole…

—No se emocione que acabamos de empezar. No puedo prometerle nada.

—No, no, que decía que mi marido se llama Ole… de Olegario aunque, a decir verdad, yo creo que a partir de ahora tendrá que buscarse un nombre con un poco más de glamour, más charme, digo yo…

Paola Martín, detective, la miró por encima de las gafas y se encogió de hombros.

—¿Descripción?

—48 años, metro ochenta, pelo rizado, moreno, barriguita cervecera y cojea un poco cuando le ataca la ciática ¿sabe?, pero te tienes que fijar mucho.

—Bien, ¿qué ropa llevaba en el momento de la desaparición?

—Llevará.

—¿Perdón?

La mujer cogió el vaso de agua que había sobre la mesa y se lo bebió de un trago antes de responder.

—Llevará, porque desaparecer, lo que se dice desaparecer, aún no lo ha hecho. Pero por si le sirve de ayuda, esta mañana cuando he salido de casa, aún estaba en calzoncillos. Unos muy monos, con una franja azul y otra roja en el elástico de la cinturilla. Tipo bóxer, para más señas. 

*********

Sí, sí, a mi Ole lo van a secuestrar, estoy segura, en la Comisaría no me han hecho ni caso, por eso he decidido acudir a una agencia privada. Creo que la detective es alérgica a la pintura porque tenía los ojos rojos y ha estornudado y carraspeado un par de veces mientras le contaba el caso. Porque eso me ha dicho, que tenemos caso. 

Por cierto, mi nombre es Socorro Campos de la Torre, Soco para los amigos, y, hasta hoy, pensaba que mi familia era de lo más original. Pero ahora resulta que me ha salido un competidor, mi propio marido, Olegario Salas-Vayne.

Hay que ver, toda la vida pensando que sus raíces no iban más allá de un bisabuelo por la rama materna salido del hospicio y con un apellido inventado, y ahora resulta que mi Ole puede ser el descendiente del hijo ilegítimo de la hija de un marqués cuyo apellido real no quiero desvelar por aquello de que a partir de ahora son datos que forman parte de una investigación y se encuentra bajo secreto de sumario.

Pero bueno, lo que puedo contar, por ahora, es que todo empezó este verano por culpa de una ensalada. Una cosa llevó a la otra y al final hemos descubierto que mi Ole, podría ser el único heredero de una familia de rancio abolengo. Así que vivimos con un miedo horrible a que me lo secuestren. Hemos puesto una alarma de seguridad en casa y contratado a un guardaespaldas que lo sigue a todas partes, pero yo no me quedo tranquila y le he dicho que es mejor que las clases de yoga y mindfulness las haga online y así aproveche la fibra que acabamos de instalar.

No contenta con eso (cuando se trata de mi Ole nada es suficiente para mí), esta mañana he ido a la Comisaría (ya lo he dicho, lo sé) a poner una denuncia, aunque aún no sé contra quién, y después de que me despacharan sin ningún tipo de miramiento, un subinspector muy majo me ha dado una tarjetita con una dirección y ahí que me he plantado sin pensármelo dos veces, Paomar investigation S.L.

Tengo que actuar antes de que a mi Ole le ocurra algo. 

*********

—Bien, necesitamos pruebas, algún indicio, un hilo del que tirar. Cuénteme todo lo que sepa, cualquier detalle puede ser importante, cuantos más datos tengamos, mucho mejor— Paola Martín, detective, no estaba dispuesta a que se le escapara su primera cliente.

Socorro Campos de la Torre, Soco para los amigos, cruzó las piernas, se acomodó en la silla, miró su reloj (un modelo monísimo de acero bicolor que su Ole le había regalado por su cumpleaños) y calculó que disponía de hora y media para contar todo lo que sabía antes de ir a buscar a la niña al colegio y que el guardaespaldas de su marido se tomara su media hora de descanso para el almuerzo. Para entonces, ella tenía que estar en casa.

—Elisa y Elías fueron separados al nacer—comenzó—. A ella le pusieron el nombre de su madre, fallecida en el parto a los 14 años edad, aunque eso nunca se dijo. ¿Se imagina? ¡Qué vergüenza! Una hija embarazada con 14 años, sin saber de qué desgraciado… Total, que los abuelos de Elisa la criaron como si fuera su propia hija. Es decir, a ojos de la sociedad de la época y según consta en documentos oficialísimos, que me lo ha dicho mi Ole, los marqueses de Vicálvaro (marqueses sí, de Vicálvaro no) tuvieron dos hijas llamadas Elisa. Digamos que la primera murió en extrañas circunstancias, coincidiendo con el nacimiento de la segunda, que fue registrada unos días después del fallecimiento de su “hermana” para que no hubiera sospechas. No sé si me sigue.

—Perfectamente; un matrimonio adinerado, para ocultar la vergüenza del embarazo de su hija adolescente y el fallecimiento de esta durante el parto, cría a su nieta como si fuera su propia hija, dándole el mismo nombre de la hija muerta para honrar así su memoria. Pero siga, siga, ¿y el niño?

La mujer hizo un gesto para que Paola le acercara la botella de agua y se volvió a llenar el vaso. Esta vez bebió más despacio.

—Pues no se lo va a creer, metieron al angelico directamente en el orfanato, negándole el apellido familiar. Sin embargo, decidieron no perderlo de vista, así que pagaron generosamente a una buena moza, casada y con otros dos hijos, para que fuera su ama de cría. Total, para no enrollarme mucho, que fue creciendo en la sombra sin que nadie supiera de él hasta que tuvo edad para valerse por sí mismo.

—¿Y qué pasó?, ¿cómo se ganó la vida?

—Pues pensó en montar una carpintería, pero al final se hizo orfebre. ¡Fíjese!, ¿se lo puede creer? Un joyero en la familia y yo con una sortijita de circonitas y para de contar.

—Bien. Déjeme adivinar el resto de la historia —interrumpió la detective—. Puesto que, tal y como me ha dicho, la familia no estaba dispuesta a abandonarlo a su suerte y que se convirtiera en un desgraciado, intuyo que el negocio fue creciendo gracias a la inversión de un, llamémoslo, desconocido filántropo, y Elías se hizo de oro, se casó con una mujer de buena familia, tuvo hijos que heredaron la destreza de su padre para diseñar, confeccionar y elaborar joyas, estos hijos se casaron y tuvieron sus propios hijos, el pastel se repartió en minúsculas porciones y ahora su marido, que es el hijo del hijo del hijo de Elías, quiere averiguar quién es el misterioso inversor que puso la pasta para que prosperase el negocio, cuál fue el motivo de tan desinteresado gesto y qué relación tenía con su bisabuelo. ¿Me equivoco?

—Solo en un pequeño detalle. En realidad, mi Ole es el hijo de la hija de uno de los hijos de Elías. ¿Entiende ahora por qué le digo que me lo van a secuestrar? Tarde o temprano alguien averiguará sus verdaderos orígenes y me amenazará con devolvérmelo en cachitos dentro de una maleta si no pago un rescate de esos de millones de euros, y yo tendré que pedir una prueba de vida, y me mandarán una foto suya sujetando el periódico del día, y luego recibiré una cajita con una de sus orejas dentro...

*********

Olegario, aburrido, miró el reloj, eran las 13:45. Soco llegaría a casa con la niña en apenas 15 minutos y el guardaespaldas fortachón haría su pausa de media hora para almorzar.

Todo ese asunto del rico heredero en peligro se le había ido de las manos y el resultado distaba mucho de lo que se había imaginado. Cuando le habló a su amigo Manolo de sus fantasías y este le dijo que se dejara llevar, jamás pensó que su Soco, en vez de ponerse cachonda y seguirle el juego, lo dejaría día y noche encerrado en casa con un vigilante que se parecía a Arnold Schwarzenegger, e instalaría cámaras de seguridad hasta en el cuarto de baño.

No, desde luego no había sido una buena idea. Sacudió la cabeza desesperado y pensó en llamar a Manolo. Estaba claro que para la primera vez tendría que haber optado por algo más sencillo como escenificar un control de alcoholemia, ponerse un uniforme de guardia civil y decirle a su mujer dónde tenía que soplar, o simular un incendio, vestirse de bombero y dejar que ella jugara con la manguera.

 

 

Comentarios

  1. Jajajaja, eso de jugar a médicos, bomberos ó polis haciendo controles de alcoholemia, tiene sus riesgos, eh?

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  2. Conseguirá descifrar el misterio....?😂😂😂😂

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  3. ¡Bravo por este esperado retorno! Se te ve en muy, muy buena forma, para alegría de quienes disfrutamos con tus historias. Que sea la primera de una larga serie. Si ya la inspectora era poco, digamos, ortodoxa dentro del Cuerpo de Policía, campando por sus respetos puede ser tremenda 👏🏻👏🏻👏🏻. Ahora, a releer la historia de Soco, y a elucubrar sobre posibles capítulos posteriores. Muchas gracias, Arantza ❤️.

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    1. Gracias a ti, Miguel 😉. Voy poco a poco recuperando las ganas de escribir y el tiempo para hacerlo. Espero que Paola me ayude. 🤣🤣🤣

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  4. Muy bueno, intentaba jugar y no ha tenido en cuenta todos los papeles de su mujer, ahora encerrado y sin jueguecitos, jaja.

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