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Mostrando entradas de abril, 2020

¡Cuidado con la abuela!

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Que todos los chinos saben karate es una de las dieciocho mil verdades absolutas e irrefutables que existen en el universo. Podrían saber judo, kung-fu, jiu-jitsu o muay thai, pero no, es karate. De eso estaba completamente segura doña Jacinta.   Las pelis de Bruce Lee y Jackie Chan le habían enseñado mucho a la abuela de la inspectora Paola Martín, de homicidios. También le valían las de Chuck Norris que, aunque no fuera chino, ya se había encargado ella de rebautizarlo y “chinolizarlo” . Chinurri , lo llamaba. Ir a clases de artes marciales le parecía una pérdida de tiempo cuando tenía a tan grandes profesionales a su disposición con solo mover un dedo y apretar un botón. Es más, había conseguido diseñar sus propias técnicas de golpeo, bloqueo y chequeo tras invertir horas y horas delante del espejo, con el moño torcido y la falda remangada y sujeta con un enorme nudo que se dejaba caer por la cadera derecha. Toda una experta ¡vamos! Incluso había ido tejiendo

¿Canas?, ¿qué canas?

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En la sala de interrogatorios, Bernini no conseguía ningún avance y la inspectora Paola Martín, de homicidios, empezaba a impacientarse. Era el cuarto café asqueroso de máquina que se tomaba en las dos últimas horas. Dejó el vaso de cartón sobre la mesa y se quitó la cazadora biker efecto piel de color rosa, que colocó cuidadosamente en el respaldo de una de las sillas. Era consciente de que el outfit elegido aquel día, con los vaqueros rotos, esa camiseta de Betty Boop guiñando un ojo y sus deportivas de marca favoritas (famosas por el uso que les dio Jane Fonda en sus clases de aeróbic televisivo), borraba de un plumazo la imagen de poli dura que tenía que proyectar en esos momentos. Para compensar, dio un puñetazo en la mesa y el vaso de cartón, con café incluido, saltó por los aires y cayó directamente en la entrepierna del detenido. -       ¡Ya está bien! –gritó- ¡Mira!, esto funciona así, tú me ayudas y yo te ayudo. ¿Capisci? Desde que el comisario Ra

Una bruja con faja

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-       ¡Bebe! -       ¡No quiero! -       Que te lo bebas, te estoy diciendo… -       ¡Que no, que no y que no! La inspectora Paola Martín, de homicidios, fue rápida y logró esquivar la mano de doña Jacinta, que pretendía taparle la nariz y hacerle beber aquel mejunje que seguro que sabía a rábanos, rayos y centellas, como los que le obligaba a tomar cuando era pequeña y pasaba los veranos con ella en el caserío de Zugarramurdi. -       Ya te lo tomarás, ya… ¡Uy!, ¿la estaba amenazando? La verdad es que con su abuela nunca sabía a qué atenerse . Cuando no le hacía caso o simplemente quería divertirse, le metía el miedo en el cuerpo recordándole que era descendiente de una de las mujeres que allá por 1600 (año arriba, año abajo), el Tribunal de la Inquisición había condenado a la hoguera por, se supone, dedicarse a la brujería. Algo de cierto tenía que haber en aquellas historias, porque, ¡vamos a ver!, ¿para qué quería su abuela todos aquellos tarros lleno

La venganza de doña Jacinta

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Ahora se arrepentía de no haber hecho caso a las señales. Y mira que había tenido unas cuantas: la tapa del inodoro que permanecía levantada sin motivo aparente, el bote del champú sin cerrar, un rollo de papel higiénico vacío en el portarrollos que nadie había cambiado, las bolsas de basura llenitas (todas: residuos orgánicos, cartón, vidrio, envases, aceite, pilas…) que nadie había bajado a los contenedores, los platos sin lavar en el fregadero, la lista de la compra adherida con un imán a la puerta de un frigorífico que hacía eco y con las palabras “harina” y “levadura” marcadas en amarillo “fosforito” , la lavadora que había terminado y que permanecía a la espera de que alguien tendiera la ropa… Nada estaba como tenía que estar. Ni siquiera los cojines del sofá. Con lo fácil que era: el de rayas de colores en el centro, delante el azulito y los grises y los naranjas a los laterales. Era una fanática del orden y le gustaba tenerlo todo controlado, hasta el mínimo det

Tras las cortinas

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Escurrió la bayeta para quitar el exceso de agua y la volvió a pasar por el cristal. Movimientos circulares, con calma, sin prisas… como le enseñó el señor Miyagi a Dani LaRusso en Kárate Kid . “Dar cera, pulir cera. Dar cera, pulir cera…” Lana observaba con preocupación cómo la inspectora Paola Martín, de homicidios, se inclinaba sobre la barandilla; tenía medio cuerpo fuera y no había manera de llegar hasta el final del ventanal, ni con la bayeta, ni con la escobilla con cabezal giratorio y mango telescópico en forma de “U”, ni leches.   -       ¡Mamiiiiiiiiiiii! La llamada a gritos de Calima desde la otra punta del apartamento le hizo tambalearse sobre el taburete. Recuperó el equilibrio en cuestión de segundos, pero la escobilla limpiacristales con palo telescópico incluido fue a aterrizar sobre la calva del desagradable vecino del edificio de enfrente que le estaba sacando brillo a su Harley-Davidson Freewheeler , color Barracuda Silver Denim . -       ¡M

Siempre hay amores brujos

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Al romper el alba, llegó el invierno del mundo y quedó el jardín olvidado en aquel barrio de maravillas. Llegó el tiempo de silencio, el silencio de la ciudad blanca que se tornó azul y provocó la caída de los gigantes. De nada sirvió hacer una ofrenda a la tormenta… Yo creí ser ‘la esperada’. Me mostraste ‘Villa Diamante’ y aseguraste: "todo esto te daré". Me sentí como la Reina del Sur, pero tú solo buscabas veneno para la corona. Te rogué: “Dime quién soy” y me respondiste con días de amor y engaños. Despertaste la ira de Dios y desaparecieron las boquitas pintadas y la pasión turca. Se acabó también la pasión india, me dejaste sin patria y, en el largo camino a casa, aprendí que a veces hay que comer melocotones helados. Luché contra mis ángeles y mis demonios y me sentí como un pájaro en una tormenta, como una loba negra que tensa la piel del tambor. Y tú, como el guardián invisible que se mete de lleno en la boca del dragón, diji