Siempre hay amores brujos
Al
romper el alba, llegó el invierno del mundo y quedó el jardín olvidado en aquel
barrio de maravillas.
Llegó
el tiempo de silencio, el silencio de la ciudad blanca que se tornó azul y
provocó la caída de los gigantes.
De
nada sirvió hacer una ofrenda a la tormenta…
Yo
creí ser ‘la esperada’. Me mostraste ‘Villa Diamante’ y aseguraste: "todo esto
te daré". Me sentí como la Reina del Sur, pero tú solo buscabas veneno para la
corona.
Te
rogué: “Dime quién soy” y me respondiste con días de amor y engaños.
Despertaste la ira de Dios y desaparecieron las boquitas pintadas y la pasión
turca.
Se
acabó también la pasión india, me dejaste sin patria y, en el largo camino a
casa, aprendí que a veces hay que comer melocotones helados.
Luché
contra mis ángeles y mis demonios y me sentí como un pájaro en una tormenta,
como una loba negra que tensa la piel del tambor.
Y
tú, como el guardián invisible que se mete de lleno en la boca del dragón,
dijiste: “Dispara, yo ya estoy muerto”, creyendo que, a pesar del desencuentro,
la llave del destino evitaría derramar la sangre de los inocentes.
No
soy un monstruo, pero el próximo funeral, será el tuyo.
No
habrá rescate en el tiempo y será la sombra del viento la que cubra las cenizas
de Ángela, en una misión olvido.
Entonces,
yo, yo pasaré el tiempo entre costuras, pensando en el origen perdido o jugando
en el jardín de la oca.
Y
cuando la niebla desaparezca y vuelva a haber cometas en el cielo, no digas que
fue un sueño.
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