Una bruja con faja




-      ¡Bebe!
-      ¡No quiero!
-      Que te lo bebas, te estoy diciendo…
-      ¡Que no, que no y que no!

La inspectora Paola Martín, de homicidios, fue rápida y logró esquivar la mano de doña Jacinta, que pretendía taparle la nariz y hacerle beber aquel mejunje que seguro que sabía a rábanos, rayos y centellas, como los que le obligaba a tomar cuando era pequeña y pasaba los veranos con ella en el caserío de Zugarramurdi.

-      Ya te lo tomarás, ya…

¡Uy!, ¿la estaba amenazando? La verdad es que con su abuela nunca sabía a qué atenerse. Cuando no le hacía caso o simplemente quería divertirse, le metía el miedo en el cuerpo recordándole que era descendiente de una de las mujeres que allá por 1600 (año arriba, año abajo), el Tribunal de la Inquisición había condenado a la hoguera por, se supone, dedicarse a la brujería.

Algo de cierto tenía que haber en aquellas historias, porque, ¡vamos a ver!, ¿para qué quería su abuela todos aquellos tarros llenos de hierbas y cosas raras? ¿Y la libretita? ¿eh?, ¿qué es lo que llevaba toda la vida escribiendo en esa libretita que guardaba celosamente metida dentro de la faja? 

Una faja de esas de color beig...

Con el paso de los años, la curiosidad de Paola había ido en aumento. Su abuela nunca, jamás, se desprendía de la libretita. Había ideado incluso un invento para poder ducharse con ella sin que se le mojara y, cuando se iba a dormir, la introducía en una funda de ganchillo que cosía a la parte interior del camisón.

En más de una ocasión, Paola había tratado de imaginar cómo serían los momentos de intimidad entre sus abuelos con la libretita en medio de los dos, pero, cada vez que lo hacía, acababa dándose golpes en la cabeza tratando de hacer desaparecer de su mente la imagen que su cerebro acababa de dibujar. ¡Madre mía!, hubiera preferido no tener que figurarse a sus abuelos en plena faena.

La cuestión es que su abuela era una bruja. ¡Hala ya está!, tenía que asumirlo. Y aquello que la inspectora presenció hace años no era precisamente un grupo de amigas jugando a las cartas, mientras calentaban en la chimenea un puchero con sopa. Noooo, aquello era un aquelarre en toda regla, con macho cabrío y todo. Que era un cabrón bien hermoso lo que ella vio, no una de esas cabritas blanquitas que vivían en las montañas de Heidi.

¿Y las escobas?, ¿y los cuatro gatos?... Si es que doña Jacinta lo tenía todo. Bueno no, todo no, la verruga en la nariz, por ejemplo, no la tenía, pero sí el poder y la habilidad de encontrar un remedio para todos los males.

Que te dolía la cabeza, pues manzanilla, lavanda, matricaria y té de lechuga; que no tenías apetito, pues cucharada de aceite de hígado de bacalao y andando; que te dolía la barriga, pues infusión de jengibre y limón o una buena mezcla de vinagre de manzana y miel; que estabas embarazada y querías saber el sexo del bebé, pues la prueba del repollo y la orina; ¿dolor de articulaciones?, emplasto de ortigas y arreando… Lo peor fue el ‘buchito’ (copazo, más bien) de Larios que le hizo tomar cuando por primera vez le bajó la regla (palabra que nunca pronunciaba por culpa de su hematofobia).

-      Ya verás como ya no te va a doler nada.

¿Qué le iba a doler si se agarró tal cogorza que se quedó completamente dormida?...

-      ¿En serio que no te lo vas a beber? – insistió doña Jacinta después de que Paola le quitara la mano de su nariz por quinta vez.
-      Que no, que no pienso tomarme ni un solo brebaje más de los tuyos hasta que tú no pruebes uno de los míos.

¡Ja! Había llegado el momento de demostrarle que ella también sabía. Ahora se iba a enterar.

-      ¿Qué le has echado? – preguntó la abuela tras el primer sorbo.
-      Pimienta rosa, tres granos aplastados de enebro, cardamomo, anís estrellado, romero, canela en rama, pimienta negra de Jamaica, nuez moscada, jengibre, vainilla en rama, arándanos azules liofilizados y corteza de limón.

Silencio… y un segundo sorbo.

Doña Jacinta chasqueó la lengua contra el paladar, se quedó pensativa, metió la mano por la cintura de la falda, sacó la misteriosa libretita que llevaba guardada en la faja, pasó un par de páginas y, cuando encontró lo que estaba buscando, suspiró.

-      Ponle otro chorretón de ginebra, anda, que el gintonic te ha ‘quedao’ flojito.

Comentarios

  1. Juer con la abuelita!! Que conste que me veo así😋

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  2. Un poco sorgina ya eres, ya. 🤣🤣🤣🤣

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  3. Me encanta Doña Jacinta, en serio!! Menuda es ella.
    Buen trabajo, guapa!!
    Por cierto, soy Charo del Face

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