Las nubes no huelen a nada




-      Ave María Purísima
-      Sin pecado concebida. Habla hija, ¿en qué puedo ayudarte?
-      ¿De cuánto tiempo dispongo?- Le había costado dar el paso y, ya que lo hacía, quería asegurarse.

El padre Miguel abrió un poquito la cortinilla del confesonario y vio a Milagritos arrodillada en uno de los bancos de la primera fila, con el rosario en la mano y la mantilla cubriéndole el pelo. Suspiró, el mismo rollo de todos los días.

Pero aquella mujer que ahora esperaba pacientemente al otro lado de la celosía había despertado su curiosidad. Nunca la había visto por la iglesia y la verdad es que no le venía nada mal renovar su ya trillado repertorio de confesiones y penitencias.

-      No te preocupes, hoy la cosa está tranquila, abre tu alma, cuéntame.
-      Padre, ¿usted sabe a qué huelen las nubes? – dijo ella sin temblarle la voz -. Pues yo tampoco lo sabía, hasta hoy.

Eso de ser inspectora de homicidios y no haber sido todavía capaz de enfrentarse a un cadáver descuartizado sobre un charco de sangre estaba empezando a hacer mella en su autoestima. Tampoco es que deseara con locura un caso así, su expediente lo dejaba claro: tenía hematofobia.

Había probado de todo para superar su pánico a tener que curar una herida, ver un corte o al simple hecho de pensar que el médico podría mandarle una analítica, pero nada.

Los primeros síntomas aparecieron cuando apenas tenía doce años y en más de una ocasión había llegado a desmayarse. De nada sirvieron las terapias de choque tipo ‘Carrie’ ni aquella simulación de ‘La Matanza de Texas’, que se habían empeñado en interpretar sus compañeros de trabajo.

Nada de nada; cada veintiocho días, Paola Martín redactaba un nuevo testamento, convencida de que se iba a morir. Hoy era uno de esos días y ella estaba en plena crisis.

El padre Miguel escuchaba el relato sin interrumpir y tomando notas como cuando estaba en la Facultad de Ciencias de la Información allá por la década de los 90. Se había especializado el hombre en Periodismo y, aunque su vida había ido por otros derroteros, hay cosas que nunca se olvidan. De hecho, dirigía la radio y la revista de la parroquia y estaba muy puesto en redes sociales. Tenía cuentas y perfiles en todas partes: Facebook, Instagram, Twitter, Youtube e incluso a veces confesaba por Whatsapp. Era un cura de lo más moderno. Hasta tenía un piercing.

-      ¿Me está escuchando padre? ¡Que no puedo ni verla, que me pongo mala solo de pensarlo!, que los anuncios de tampones y compresas sacan lo peor de mí.

Paola era incapaz de pronunciar la palabra sangre y, por asociación, tampoco hablaba nunca de periodo, regla o menstruación.

En su lugar decía cosas como: “No me encuentro bien, los aliados acaban de desembarcar en Normandía”, “el menú de hoy es bacalao con tomate” o “ha venido a verme mi prima la del pueblo”.

El dolor de ovarios, piernas y riñones, la inflamación de los pechos, los granos, los cambios de humor y el ansia de chocolate, tampoco es que ayudaran mucho, la verdad.

Aquel anuncio televisivo de hadas rodeadas de pajaritos que saltaban en un campo de margaritas mientras cantaban una y otra vez al ritmo del sonido de un arpa: “Menstruar en positivo es posible, la regla es tu aliada, hay que normalizar la menstruación para empoderar a la mujer…”, fue el desencadenante de todo.

Tras él, otro aún peor; una mujer de larga cabellera cabalgaba a lomos de una yegua blanca gritando como una auténtica chalada, “¡Soy una mujer empoderada! ¡Gracias a la regla me siento libre ante las adversidades! ¡Tengo el poder en mis manos!”.

-      Me volví loca, padre, muy loca. Entre eso y que no sé coser, había llegado a pensar que como mujer soy un timo.
-      Pero hija, por Dios, ¿qué has hecho?
-      ¿Conoce usted el Mercado de abastos?, seguro que sí, pues dos calles más allá…
-      ¿Ahí no hay unos estudios de televisión?
-      Había, padre, había. Ahora solo hay un socavón tremendo y escombros por todas partes.
-      ¿Y la gente?
-    Nadie, se fueron todos. Bueno, solo quedaba el equipo creativo que estaba en pleno brainstorming. Ha sido hace un rato. A la hora del almuerzo.
-      ¡Esto es muy grave!
-      Chss… Recuerde, secreto de confesión. Que tenga un buen día.

Se levantó satisfecha, se sacudió el polvo que la explosión había dejado sobre su ropa horas atrás y abandonó al pobre padre Miguel, boquiabierto e incapaz de saber qué penitencia ponerle.

Paola ya lo podía decir. “Las nubes son acumulaciones de pequeñísimas partículas de agua y, a veces, hielo en suspensión en el aire, de color blanco y apariencia algodonosa que ¡no huelen a nada!”

Ahora sí que se sentía bien. Se merecía hasta un chorretón de leche condensada en el café. Cogió el móvil, se hizo un selfie sacando músculo y cambió su estado de Whatsapp: “¡Hazme sitio Wonder Woman, que voy p’allá!”

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