Vacaciones accidentadas (II)
Las "viejas" saben nadar
Sentado
en la terminal, el subinspector Lucas Bernini volvió a mirar en la tarjeta su
número de asiento. Aún no tenía muy claro cómo se había metido en ese lío, pero
allí estaba, sentado junto a una señora de 84 años, a la espera de que la
puerta de embarque apareciera de un momento a otro en el panel.
No
había ni una sola cadena de televisión que no se hubiera hecho eco de las
imágenes de la inspectora Paola Martín, de homicidios, arrastrando a un
sospechoso de asesinato a través de un manto de lava volcánica mientras, a su
lado, su hija de cinco años caminaba a saltitos y explicaba a todo el mundo lo
que había ocurrido. Doña Jacinta estaba horrorizada. Su nieta y la niña estaban
allí, solas, en vete tú a saber dónde y con vete tú a saber qué gente.
Tardó
diez minutos en encontrar un vuelo, dos en preparar la maleta y uno en llamar a
Paola al móvil y decirle, “hazme hueco que voy pa'llá”.
La
inspectora no tuvo opción ni ganas de decirle que no. La conocía muy bien y
sabía lo que podría ocurrir si lo hacía. Después de su última visita a Comisaría, doña Jacinta no era la misma. Estaba triste, afligida… y le había
dado por decir que era un cero a la izquierda, un colchón en mitad del pasillo,
un estorbo para todos…
Solo
le puso una condición: el viaje no lo haría sola. Doña Jacinta aceptó.
La
videollamada de la inspectora pilló a Bernini en el peor momento (en pantalón
de pijama, con el torso desnudo y la cara llena de espuma de afeitar), pero era
la jefa, así que le dio al icono verde de aceptar.
Si
ella se sorprendió al ver a su compañero de esa guisa, lo disimuló muy bien.
Fue al grano y le invitó a pasar unos días de vacaciones con todos los gastos
pagados en un complejo con piscina y al ladito de la playa. Por suerte, el apartamento
que había alquilado era más grande que su propia casa. Así que ya se apañarían.
-
Lo
único que le pido es que acompañe a la abuela, que no le quite ojo. No me fío
un pelo.
-
Sin
problema, inspectora. Mañana nos vemos.
Fue
un viaje tranquilo, salvo por las turbulencias a la hora de aterrizar. Media
hora de retraso. Paola empezó a ponerse nerviosa, había reservado sitio para
comer y le habían aconsejado que fuera muy, muy puntual.
La
puerta de la zona de llegadas se abrió y la inspectora distinguió el moño de su
abuela entre los pasajeros que esperaban pacientemente su equipaje en la cinta
3. Miró el reloj, si no tardaban en salir llegarían al restaurante con tiempo
de sobra.
Bernini
y doña Jacinta aparecieron, por fin, con una sonrisa de oreja a oreja.
-
¡Ya
estamos aquí! – canturreó el subinspector, mientras la niña se dejaba hacer
mimos por la ‘bisa’ (apelativo cariñoso con el que se dirigía a la abuela de su
madre).
Durante
el trayecto hacia el norte de la isla, Calima fue contando todas sus aventuras a
los recién llegados: que si las dunas de arena, que si los cangrejitos blancos
y ciegos, que si una cueva con secretos, que si un lago verde y mágico…
-
Bueno,
bueno, ya veo que han aprovechado el tiempo, ¿eh inspectora Martín?
Paola
sonrió y giró a la derecha, tal y como indicaba el navegador.
-
De
tú, Lucas, de tú, que estamos de vacaciones.
Cuando
llegaron, la mesa ya estaba preparada. Mirando al mar. Mejor sitio imposible.
Un
camarero tomó nota de las bebidas (vino blanco de la casa y agua, por favor)
otro, muy dispuesto, les recitó de memoria la carta.
-
Y
si quieren pescado fresco del día tenemos: un cherne para dos, bocinegro
para tres, pámpano para cuatro, cabrillas, sargos…, todos los platos vienen con ensalada y papas arrugadas. También tengo unas
lapitas y un pulpito a la plancha con mojo verde para chuparse los dedos.
La
lista de peces de nombres desconocidos era interminable, así que decidieron
pedir una parrillada para probar un poco de todo.
El
estómago lleno, el vino, las risas… todo era perfecto.
Doña
Jacinta se disculpó, se levantó y preguntó dónde estaba el baño.
-
Las
viejas nos pasamos el día haciendo pis, je, je – dijo jocosa.
Se
lavó las manos y sonrió delante del espejo. Se había quitado un peso de encima.
Sus idas y venidas a casa de su nieta y su particular forma de solucionar los problemas, habían conseguido sacar a Paola de sus casillas en más de una
ocasión, pero nadie quería librarse de ella, solo eran imaginaciones suyas.
Sacó
un peine del bolso y lo humedeció para echarse “pa’ tras”, los pelillos que el viento había descolocado. Pensó en
pintarse los labios, pero se acordó de que aún le faltaba el postre. Dudaba
entre la mousse de gofio o el ¿cómo
era?, “¿mesabedemaravilla?”… No, bienmesabe, eso era, bienmesabe. Bueno, en realidad daba
igual, se pediría los dos y punto. La boca se le hizo agua. Y luego un chupito
de ron miel, que había leído ella que era muy digestivo.
Nadie
la oyó llegar.
-
¿Y
con esa vieja qué van a hacer?, ¿me
la van a dejar ahí? – preguntó el camarero.
-
No,
no. No se preocupe, solo estamos haciendo un poco de tiempo para que baje el
resto. Cuando menos se lo espere, nos la comemos – dijo Bernini dándose
golpecitos en la tripa y guiñándole un ojo a Calima.
La
niña se levantó de repente, se le había caído la servilleta y el viento
amenazaba con enviarla a la playa… Entonces la vio. Nunca se había imaginado que
una abuelita de 84 años pudiera correr tan rápido.
-
¡Mami!,
¿a dónde va con tanta prisa?
La
inspectora Martín y el subinspector Bernini también se levantaron de la mesa.
Nadie entendía nada, doña Jacinta corría por la playa como alma que lleva el
diablo.
-
Perdone,
¿el baño está cerrado? – preguntó Paola al camarero, tratando de buscar una
explicación.
-
Que
yo sepa no, señora.
-
Pues
nada, gracias, ya volverá – dijo sin dejar de mirar en la dirección hacia donde
seguía corriendo la buena mujer.
La
abuela frenó al llegar a la pasarela, colocó las manos alrededor de su boca a
modo de altavoz y gritó.
-
¡¡¡Caníbales!!!,
¡Comeos a otra! ¡No me cogeréis!
Nada,
demasiado viento, el mensaje no llegaba claro.
-
Lucas,
¿tú sabes lo que ha dicho?
-
Ehhh... “¿Chavales, pedíos otra, no me esperéis?”.
Paola
se encogió de hombros y llamó al camarero.
-
Por
favor, tres chupitos más: un ron miel, un vodka caramelo y un licor de mora.
Nota de la autora:
El
pez vieja es un pescado blanco con
una delicada textura y considerado como uno de los productos más selectos de la
gastronomía canaria.
Pobre mujer!! Jajaja Que se la iban a comer... yo me la comía a besos!!
ResponderEliminarSoy Charo del Face
La pobre... jajajaj. Gracias, Charo, por todos tus comentarios.
ResponderEliminar