Mi nombre es Lo, JLo (II)

 


¡Échale huevos!


—¿Llevan huevo?

—Sí, claro, cuatro yemas concretamente, además de harina de avena, Maicena, azúcar moreno, mantequilla, almendras… y el ingrediente secreto de mi abuela.

—¿Ingrediente secreto?

—Secretísimo, no suelta prenda… Aunque bueno, siendo descendiente de las brujas de Zugarramurdi, puede ser cualquier cosa… He intentado un millón de veces averiguar qué es lo que apunta en una libretita que lleva siembre metida dentro la faja y no hay manera…—Paola se dio cuenta de que estaba hablando demasiado.—Bueno, ¿coges una o qué?—dijo dejando escapar una sonrisa.

Julia Loureiro hizo una mueca de contrariedad a medio camino entre el asco y la desaprobación y, negando con la cabeza, rechazó las galletas que le ofrecía la inspectora Martín, de homicidios.

—Lo siento, no puedo…

—¿Eres alérgica?

—No, soy vegana.

Paola estaba empezando a plantearse si era buena idea intentar ser amiga de Julia… 

****

El comisario Ramales dio un puñetazo sobre la mesa. No podía creer lo que la detective de Asuntos Internos le estaba contando.

—Vamos a ver si lo he entendido bien, ¿qué es lo que le ha dicho usted exactamente a la inspectora Martín cuando le ha ofrecido las galletas?

—Que soy vegana. No como ningún alimento que tenga origen animal y esas galletas llevan huevo y mantequilla, así que las he rechazado.

—¡No me joda, Loureiro, no me joda!—Ramales apoyó los codos sobre la mesa y se presionó fuertemente las sienes en un intento de calmarse.—Tengo agentes infiltrados en grupos terroristas, agentes haciéndose pasar por narcotraficantes y prostitutas de lujo, ¿y usted me está diciendo que ha tenido frente a sus narices la prueba que podría poner un poco de luz en todo este lío y que la ha rechazado porque es usted vegana?

Julia Loureiro arqueó una ceja a lo Carlos Sobera, no lo había visto así, pero daba lo mismo, sus principios eran inamovibles y no pensaba renunciar a ellos. Por nada del mundo se comería algo que llevara ingredientes de origen animal. Arrastró bruscamente la silla hacia atrás, se levantó y salió del despacho del comisario dando un portazo, no sin antes lanzar una advertencia que sonó a amenaza.

—¡Le recuerdo, Ramales, que usted no es mi jefe!

Llena de rabia, la detective salió de la Comisaría como una yegua desbocada y bajó, sin mirar, las escaleras que separaban la entrada principal de la acera, dando empujones a todo el que se encontraba por el camino.

Pasó prácticamente por encima del subinspector Bernini y a punto estuvo de tirarle el café que había salido el hombre a comprar al Starbucks de la esquina, huyendo del asqueroso aguachirri que vomitaba la máquina de la segunda planta.

—¡Ehhhh! ¡Cuidado!—agarró el vaso de cartón con fuerza— Joder, ¿alguien sabe de dónde se ha escapado esa loca?

Varios agentes se encogieron de hombros. Uno dijo que la había visto salir del despacho del comisario pegando gritos y otro señaló que, en un momento de su reunión con el jefe, y antes de que Ramales se diera cuenta y bajara las cortinillas en un intento vano de que nadie se enterase de la conversación, oyó mencionar el nombre de la inspectora Paola Martín.

Lucas miró en la dirección hacia donde se había dirigido disparada la mujer pero, en la distancia, tan solo pudo apreciar que iba en ropa de deporte. De lo más hortera, por cierto.

¿Quién era esa mujer?, ¿por qué vestía tan mal? Y, lo más importante, ¿por qué habría estado hablando de Paola con el comisario? Tenía que averiguarlo.

El café se estaba quedando frío, así que quitó la tapa, se lo tomó prácticamente de un trago e hizo canasta en la primera papelera que se encontró, sintiéndose como Michael Jordan, pero con barriguilla cervecera y un poco menos moreno.

Antes de atravesar la puerta vio a la inspectora Martín, llegaba justo en ese momento. Iba hablando por el móvil, que sostenía entre la oreja y el hombro izquierdo mientras rebuscaba nerviosa en el interior del bolso. ¿Habría perdido los auriculares?

Bernini pensó en poner en antecedentes a su jefa y amiga… Pero no, decidió que lo mejor sería investigar por su cuenta.

Paola por fin encontró la placa, suspiró de alivio, se la colgó del cuello a modo de collar, se despidió de la persona que se encontraba al otro lado del teléfono y subió de dos en dos las escaleras, hasta llegar a la altura del subinspector.

—¿Qué tal Lucas?, ¿cómo está la cosa hoy?

—Tranquila, jefa, muy tranquila. Un yonqui que ha querido atracar un banco con una pistola de agua, un par de raterillos y poco más.

—¿Nada de lo que tú y yo sabemos?

—Nada de nada.

A la inspectora Martín le preocupaba la fama que había alcanzado el negocio que doña Jacinta había puesto en marcha. Todo el mundo sabía ya que “El auténtico gustirrinín”, la marca de dulces de su abuela, era diferente a cualquier otra empresa líder en productos de repostería.

Tanto Bernini como ella sospechaban qué era eso que hacía que los gustirrinines fueran tan especiales, pero ninguno de los dos se había atrevido a abordar el asunto de forma directa. Ni estaban seguros al cien por cien, ni querían darle un disgusto a una pobre ancianita, que se pasaba el día amasando como si fuera a quitarle el puesto a la hermana de Arguiñano.

****

El timbre sonaba insistente en casa de Paola, mientras doña Jacinta se peleaba con la voz femenina del asistente de Google, que no acertaba a ponerle ‘Se me enamora el alma’. Ella no quería “una emisora de La Pantoja con Spotify”, quería cantar “se me enamora el alma, se me enamoraaaaaaa…” Y punto. Hasta se lo había tarareado al aparato, pero no hubo manera.

Rendida y cabreada, se limpió las manos en el delantal y se dirigió hacia la puerta al grito de ¡Ya vooooyyyy!

****

Una hora después, Paola introducía la llave en la cerradura y entraba charlando alegremente con Lucas. Desde la cocina llegaba el sonido del trajín que doña Jacinta se traía con los cacharros y, al fondo, en el salón, Isabel Pantoja se desgañitaba cantando “Marinero de luces”.

Fue derecha a bajar el volumen… Lo primero que vio fue una identificación policial y un arma sobre la mesa del comedor. Ni la una ni la otra eran suyas. Se extrañó. Iba a preguntarle a su abuela de dónde las había sacado cuando…

—¡Coño!, la de las mallas horteras—gritó el subinspector Bernini a su espalda.

Amordazada y maniatada a una silla, la detective Julia Loureiro seguía preguntándose cómo había conseguido reducirla doña Jacinta.

—Pero… pero…, JLo, ¿qué haces aquí y por qué estás atada?—Las sílabas se atascaban en la boca de Paola y las palabras no lograban salir con fluidez.

—¿La conoces?—preguntó Lucas.

—Esto no es lo que parece, puedo explicarlo todo—dijo la abuela desde el pasillo.

Los dos se giraron hacia doña Jacinta, que llegaba con un plato lleno de pastitas gustirrinín recién hechas, que dejó suavemente sobre la mesa.

—Estas sí que te van a gustar, filliña, ya verás que sí—dijo mientras le quitaba la mordaza a Loureiro y le desataba las manos.

Lucas y Paola estaban blancos como la leche, no se atrevían ni a respirar, esperando la explicación. Por lo que habían podido ver en la identificación, la compañera hortera del gimnasio era una agente de Asuntos Internos y la abuela ¡la había secuestrado y torturado con canciones de La Pantoja!

Junto al plato de pastitas, doña Jacinta dejó un tazón y un tetrabrik de bebida vegetal de avena.

Julia se acercó tímidamente mirando a unos y a otros, cogió una galleta, la mojó en la bebida de avena, se la llevó a la boca, le dio el primer mordisco y empezó a llorar…

Moitas grazas dona Jacinta, lémbrasme á miña avoa. (Muchas gracias doña Jacinta, me recuerda usted a mi abuela)

Agora xa foi, filliña, agora xa foi. Gústanlles? (Ahora ya está, niñita, ya está. ¿Te gustan?)—le dijo, mientras le pasaba suavemente la mano por la cabeza.

La inspectora Martín y el subinspector Bernini contemplaban la escena sin articular palabra.

—Estas son sin huevo y con margarina en vez de mantequilla, variedad veggie, que la chica ya me ha contado lo suyo—dijo finalmente doña Jacinta, guiñando un ojo a su nieta y poniendo voz de misterio.

—¿Y las cuerdas?, ¿y la mordaza?

—¡Bah! Detallitos sin importancia, para que no se fuera hasta probar mi nueva creación.

—¿Y tu ingrediente secreto?—preguntó Paola entre dientes para que JLo no se percatara.

—¿Cuál de ellos?, tengo varios…

El pitido del horno indicó que la nueva remesa ya estaba lista. Doña Jacinta salió del salón riéndose a carcajadas, sacó la libretita de la faja y apuntó algo, había que hacer algunos cambios en los ingredientes, el chocolate que había cogido prestado en el muelle se le había acabado y del licor de mandrágora solo le quedaba media botella, era difícil de conseguir.

Paola miró a Julia, que devoraba los gustirrinines veggies uno tras otro de forma compulsiva, aún había algunos detalles que aclarar.

—Abuela, ¿cómo has conseguido quitarle el arma e inmovilizarla? Y, por cierto, ¿desde cuándo hablas gallego?

—Si quieres ser una buena bruja, busca el conocimiento oculto dentro de ti y aprende a utilizarlo.

****

La puerta del despacho del comisario Ramales se abrió de golpe. Una trajeada Julia Loureiro entró con prisa, lanzó una carpeta marrón sobre la mesa y salió.

—Deje de sospechar de la inspectora Martín, no va a encontrar nada—le advirtió antes de cerrar—. No hay caso.

Ramales lanzó una mirada golosa a la caja de galletas que acompañaba al informe de la detective de Asuntos Internos. Solo una, cogería solo una…


Comentarios

  1. Isabel Pantoja????🤦🏻‍♀️🤦🏻‍♀️😂😂

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  2. Vaya con la abuela!! Se las sabe todas. Pobre inspectora, tener una yaya así, pero es encantadora doña Jacinta. Me gusta mucho.
    Soy Charo del Face

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