Nada es lo que parece


                                       

-      ¿Entonces?

-      Habrá que decírselo…

-      Sí, es absurdo seguir ocultándolo.

-      Pues ya está, no lo alarguemos más, cuanto antes mejor.

-      ¿Estás seguro?

-      Completamente.

-      La verdad es que últimamente está muy rara…

La llamada del comisario Ramales hizo que la inspectora Paola Martín, de homicidios, y su compañero, el subinspector Lucas Bernini, se pusieran tensos. El modo vibración hacía que el teléfono móvil diera saltitos sobre la mesa del bar, ninguno de los dos se atrevió a descolgar. No podían decirle que no tenían ni idea de cómo había desaparecido uno de los fardos de hachís incautados en la última operación. No, ni locos, Ramales tenía muy mala leche y era mejor que no se enterase. Tendrían que dejar su conversación y sus temas personales para otro momento, ahora lo importante era localizar la droga antes de que el comisario empezara a hacer preguntas incómodas.

Apuraron el café, pagaron la cuenta y se subieron al coche.

-      ¿Por dónde empezamos? – preguntó Bernini.

-      Por el principio, volvamos al origen y repitamos cada uno de los pasos.

Todo había empezado el jueves por la mañana, la Justi, que siempre se enteraba de todo (por algo era ‘soplona’ en sus ratos libres), había escuchado a una vecina del bloque contarle a otra que su hijo, el mediano, el que siempre llevaba los mocos colgando de pequeño, andaba metido en no sé qué líos con no sé qué traficantes de drogas.

No tardó en mandar un Whatsapp a Paola con las palabras clave que habían acordado por si alguien espiaba sus conversaciones. Si se trataba de un caso de asesinato, ‘el pollo está congelado’, si era un robo, ‘han desplumado al pollo’, en caso de secuestro, ‘hoy ya no comemos pollo’ y si el tema iba de drogas, como era el caso, ‘no le eches romero al pollo’.

Otros tres mensajes completaron la información: ‘Puesta de sol’, ‘Kentucky Fried Chicken’ y ‘cubo de 7 tiras de pechuga, 7 alitas y 4 salsas dip’.

La inspectora Martín sacó del bolso una libreta de esas molonas con frases ñoñas de Mr. Wonderful y un Bic azul con el tapón mordisqueado y, sin dejar de mirar la pantalla del móvil, escribió: “A las 20:53, llegará al muelle de los americanos una embarcación con 77 fardos de hachís de 40 kilos cada uno”. Arrancó la hoja y sin pronunciar una sola palabra se la mostró a Bernini. Él asintió con la cabeza y puso la dirección en el navegador.

Hacía tiempo que nadie usaba el muelle de los americanos, un antiguo embarcadero abandonado que debía su nombre a una leyenda de esas misteriosas que contaban los viejos del lugar. 1920, dos pares de zapatos y una maleta con dos pasaportes estadounidenses en su interior.

A Paola le recorrió un escalofrío por el cuerpo. No le gustaba nada el sitio…

-      ¿Y qué hicimos cuando llegamos?

La inspectora Martín reclinó un poco el asiento del copiloto, jugueteó con un mechón que le caía por la frente y tras pensar un par de minutos, respondió. 

-      Llegamos antes de la hora prevista y decidimos esperar… Recibí una llamada.

-      Sí, de La Justi diciendo que la abuela había vuelto a desaparecer, que había desactivado el Gps del móvil y no había forma de encontrarla.

-      ¡Exacto! Y en el momento en que divisamos la embarcación con la droga, llamaste a Ramales para pedir refuerzos y le diste todo tipo de detalles.

-      Sí, pero no le dije que fueran discretos y alguno de los novatos llegó con la sirena puesta, alertando a los traficantes que empezaron a tirar los fardos de hachís al agua.

-      Ya, bueno, pero solo les dio tiempo a tirar un par de ellos y además los recuperamos, detuvimos a los malos, los llevamos a Comisaría…

-      Y cuando pudimos contar los fardos, había 76 en lugar de los 77 que había dicho La Justi, dimos por hecho que se había equivocado y nos fuimos a casa.

-      Pero ella insistía e insistía en 77… y nosotros le dijimos a Ramales que había 77, no 76.

-      Luego volvió a llamar tu madre para decir que doña Jacinta ya había vuelto. La mujer por lo visto quería preparar un postre especial y se había tenido que recorrer varios sitios en busca de los ingredientes.

-      Se nos está escapando algo…

Paola se encogió de hombros, habían repasado toda la operación paso a paso. Seguía sin saber en qué momento había desaparecido el fardo número 77. Ramales se iba a cabrear, 40 kilos de hachís era mucho chocolate, demasiado.

Agotados y sin respuesta volvieron a casa. Pensaban quedarse toda la noche en vela redactando un informe creíble. Era vital que el comisario jamás descubriera que faltaban 40 kilos.

Un exquisito y a la vez extraño aroma a repostería indicaba que doña Jacinta estaba en la cocina. Bueno, el aroma y los alaridos de la buena señora que en plena euforia musical, cantaba a grito pelado “Como una ola” de Rocío Jurado. La mesa del comedor se había convertido en el expositor de una pastelería: galletas de chocolate, bizcochos de chocolate, tartas de chocolate, brownies, dulce de nata y chocolate, magdalenas de chocolate, flanes de chocolate…

Paola cogió un trozo de bizcocho, lo olisqueó, hizo una mueca de contrariedad y se dejó caer rendida sobre el sofá temiéndose lo peor. Se fijó en los ojos vidriosos y enrojecidos de doña Jacinta, que lanzaba miradas acusadoras a Bernini, y murmuraba entre dientes no sé qué de unos ojos verdes y de que ella lo sabía todo. Empezó a atar cabos… tragó saliva.

-      Abuela, ¿estuviste el jueves en el muelle de los americanos?, ¿me puedes decir por favor de dónde has sacado tanto chocolate?, no habrás comido nada de esto, ¿verdad?...

-      Preguntas, preguntas, preguntas. Tú serás la poli, pero aquí las preguntas las hago yo, ¿cuándo nos pensabais contar que Lucas es el padre de Calima? – preguntó una alteradísima doña Jacinta totalmente fuera de sí.

Del susto, Bernini pegó un grito, parecía que el corazón se le iba a salir por la boca, se llevó la mano al pecho y por gestos le pidió a Paola que le hiciera sitio en el sofá.

-      ¡Pero abuela!, ¿de dónde te has sacado eso?

-      Guapetón, ojazos verdes, tez morena… la niña es su vivo retrato.

La inspectora Martín cogió aire y contó hasta diez. Miró a su compañero, 55 años, tez morena sí, pero ojos tristes color avellana que se agrandaban por efecto de los cristales de las gafas y se empequeñecían cuando se las quitaba. Ya tenía sus entradas y una incipiente barriguilla cervecera que si fuera al gimnasio bajaría en cuestión de días. No era feo, no, pero tampoco el Adonis que describía doña Jacinta.

-      Abuela, dime, ¿cuántos trozos de bizcocho te has comido?

-      Cuatro, y tres magdalenas, ¿pero eso qué más da?, ¿es el padre o no es el padre?

-      No, abuela, Lucas no es el padre de Calima. Es imposible.

-      ¿Imposible?, ¿imposible por qué?, ¿es estéril?, con lo majo que es... Eso lo arreglo yo con unas hierbitas.

-      ¡Doña Jacinta! – dijo finalmente Bernini- ¡Soy gay! 

La abuela se sintió confusa, ahora era ‘clavaíto’ a Paul Newman. Cogió otro trozo de bizcocho. El efecto del hachís aún le duraría un poco más.




Comentarios

  1. Uummm, un Paul Newman "clavaíto" tengo yo a mi vera, y sin tomar un poquito de txokolate

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  2. Esta abuela es tremenda, por favor!! Jajajaja Cómo se las apaña para meterse en esos berenjenales. Genial, Arantza!!
    Soy Charo del Face.

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    1. Doña Jacinta es mucho. A mí la pobre Paola me da una pena... jajaja

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