Vacaciones accidentadas (III)


La desaparición de Calima


Cuando ‘La Justi’ abrió la puerta, Calima se lanzó literalmente a los brazos de su abuela, que se la comió a besos. Tras ella, entró una enfurruñada doña Jacinta, que emitió un gruñido en forma de saludo, y el subinspector Bernini. La inspectora Paola Martín, de homicidios, se había quedado un momento en el rellano informando por teléfono de su vuelta al comisario Ramales.

Todo estaba preparado tal y como habían quedado. Paola abrazó fuertemente a su madre, le dio un par de sonoros besos y saludó educadamente a los cuatro especialistas que se habían trasladado hasta allí para ayudar a la niña.

Dos de ellos, la psicóloga y el intérprete, eran colaboradores habituales de la Policía. Los otros dos expertos… Bueno, los otros dos a secas, una novicia y un chamán, era cosa de ‘La Justi’. La inspectora prefirió no hacer ningún comentario, no tenía fuerzas. Todavía no se había recuperado de la angustia vivida hacía apenas 48 horas.

Era el último día de las vacaciones y habían decidido visitar la antigua capital de la isla que, según les habían contado, cada domingo se convertía en un inmenso mercadillo, lleno de puestos y puestos de todo tipo de productos que se apoderaban de todas y cada una de las calles del pueblo. Aún trataba de recordar en qué momento dejó de notar la mano de la pequeña agarrada a la suya.

-      A ver hijita, empieza de nuevo.

-      ¡Chacho, má!... ¿otra vez? No me jeringues– Era la quinta vez que Calima repetía la historia y tenía la sensación de que nadie de su familia la entendía.

-      ¿Ves a lo que me refiero? – La inspectora Paola se dirigió a su madre, estaba desesperada.

‘La Justi’ asintió con la cabeza y se acercó a su nieta.

-      A ver Calima, cariño, cuéntame a mí qué es lo que pasó durante las dos horas que estuviste perdida, a ver si alguna de estas personas nos ayuda a conseguir que vuelvas a hablar como antes.

¿Antes?, ¿antes de qué?, ¿qué es lo que se suponía que para ‘La Justi’ era hablar como antes? Calima hablaba como siempre… ¿o no? Arrugó la nariz, aquello no le gustaba nada, pero empezó su relato.

-      Hacía pelete y había fleje gente. Yo me quedé mirando a un pibe que finchaba a un perenquén. Le dije que dejara de bobiar y creo que no le gustó. Se engrifó todo. ¡Chiquito empute que se cogió! Mi mamá ya no estaba… y tuve miedo. Empecé a correr pero alguien me hizo traspiés. Casi me parto el jocico contra el piso, y como iba en cholas me hice daño en los ñoños.

Una lagrimita empezó a rodar por la mejilla de la pequeña. Paola abrazó con ternura a su hija.

-      Vi a un viejito que tenía una cachimba en la boca y que llevaba el cachorro cambado y le dije que había perdido a mi mamá. Él se fajó y buscó a un policía, que me preguntó mi nombre, el de mi mamá y su número de teléfono. Que lo tengo aquí, ¿ves? – y le mostró a su abuela una cinta atada a la muñeca.

Calima continuó.  

-      El policía me dijo que él buscaba a mami y el viejito me llevó a su choso porque me entró jilorio. Pero tenía caldomillo y a mí no me gusta, así que me puso un plato papas con mojo y luego unos tunos. Me jinqué una docena por lo menos, me tupí toda y luego me dolía la barriguita… Y ya no me acuerdo de más porque me quedé sobada escuchando cómo el viejito tocaba el timple y cuando me desperté estaba en los brazos de mi mamá que me abrazaba fuerte, fuerte, fuerte.

El intérprete había grabado la historia para poder traducirla a un idioma que pudieran entender todos los presentes (aunque no sabía muy bien por dónde empezar), la joven aspirante a monja se persignaba una y otra vez, convencida de que El Maligno se había hecho con la voluntad de la niña, y la psicóloga repasaba todos los apuntes que había ido tomando durante el relato, mientras valoraba la hipnosis como terapia. El único que se levantó de su asiento fue el chamán de la montaña Huayna Picchu (justo, justo, la que aparece detrás de la ciudad inca en la clásica foto postal de Macchu Picchu).

Doña Jacinta, que había permanecido callada, apretó los dientes, no le hizo demasiada gracia que aquel curandero de tres al cuarto se acercara tanto a la niña. Le daba igual que tuviera poderes sobrenaturales para contactar con los espíritus, curar enfermedades, predecir el futuro o incidir sobre las condiciones meteorológicas… De un empujón lo lanzó contra la pared de enfrente.

-      ¡Sale pallá jediondo!, ¡bobomierda!, ¡babieca!, ¡pollaboba!... ¡Abre el ojo y esparrama la vista! y no me enrisques el conejo que en la bajadita nos vemos. Ya lo sabes, ¿quieres mojo con morena?, no, ¿verdad?, pues ¡mándate a mudar, mi niño!

La inspectora Paola Martín se llevó las manos a la cabeza.

-      ¿Tú también abuela?, ¿tú también?

Era demasiado tarde, no había solución, el virus ya se había empezado a propagar y no había forma de controlarlo. A la inspectora Martín se le puso un nudo en la garganta, sabía cuál era el siguiente paso: o se obligaba a toda la población a cumplir urgentemente un estricto periodo de cuarentena, o solo era cuestión de tiempo que la mitad de los peninsulares aprendieran a hablar canario.

Abrió el bolso y sacó a todo correr un paquete de mascarillas quirúrgicas (de las que solía utilizar cuando tenía que acercarse demasiado a un cadáver) y las distribuyó entre todos los que estaban en la salita de estar de 'La Justi'. No sabía quién podría ser el siguiente.


Comentarios

  1. Y luego dicen que el euskera es difícil

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  2. Qué graciosas hablan Calima y la abuela Jacinta!! Pero me preguntó qué pasó en realidad... mmmmm...
    Soy Charo del Face.

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