¿Y esto cuándo lo echan?






El taxista miraba de reojo por el espejo retrovisor, aquella extraña mujer había despertado su curiosidad. Le había dado la dirección escrita en un papel y, desde que se montó, no había dejado de gesticular y mover la boca como si estuviera manteniendo una conversación con alguien, pero sin emitir ningún sonido, y soltar alguna que otra carcajada muda, que remataba con algún que otro “pero qué graciosa eres” o “me alegro de que me hagas esa pregunta”, hasta que de repente se quedó quieta.

La inspectora Paola Martín, de homicidios, estaba histérica. A pesar de llevar tres días preparándose a conciencia, practicando delante del espejo y estudiando toda la información que había encontrado en CocoCo, un perfil de Instagram muy cuqui que daba consejos de comunicación (Comunicación Con Corazón, decía), no tenía muy claro que aquella entrevista en televisión fuera una buena idea. Normalmente era ella la que hacía las preguntas.

Ahora, sentada en el taxi y con la mirada perdida en sus relucientes y adorados manolos, que guardaba como oro en paño y solo sacaba del armario en ocasiones especiales, se arrepentía. Se llevó la mano a la cara, le dolían los músculos de tanto ejercicio de vocalización y, para colmo, no se veía ella sentada frente a Ana Rosa Quintana, Paco Lobatón, Oprah Winfrey o quien fuera, respondiendo a preguntas como, “¿y entonces por qué decidió usted pedir el traslado a homicidios?”

Se suponía que los expedientes de los agentes no eran públicos ¿no?, pero, claro, todo el mundo sabe cómo se las gastan en esos programas; tienen espías por todas partes. Paola tenía miedo de que descubrieran lo de su hematofobia o, lo que es peor, que le apareciera algún noviete del instituto (ahora calvo y sin dientes, seguro), diciendo que nunca había podido olvidarse de ella… Empezaron a temblarle las piernas y no era precisamente por los taconazos ni por el recuerdo de los más de 1.000 euros que había pagado hacía un par de años por el caprichito.

Cerró los ojos, ¿cómo narices había acabado metida en aquel lío? Todo había sucedido muy rápido. Sin saber ni cómo ni por qué, se vio estrechando la mano del joven con el que el comisario Ramales y ella habían mantenido una agradable conversación, y acordado que acudiría a ese exitoso talk show que se emitía en el prime time de los sábados. Buscaban a alguien experto en perfiles criminológicos (profiling, que mola más), y ella era la mejor, sin duda.

Buscó en su agenda y llamó. 

-      ¡Solyyyy!, te necesito. Sesión completa de chapa y pintura, tengo una entrevista en la tele.

Su estilista y amiga de toda la vida sabía lo que eso significaba, así que suspiró, miró la agenda y se dispuso a cancelar todas las citas de la tarde del viernes.

Punto uno resuelto. Punto dos, ese traje de chaqueta tan divino que le quedaba como un guante, el top lencero de las última rebajas y, por supuesto los manolos, completaban la imagen que buscaba: “arreglá pero informal”, como decía su abuela.

Punto tres, cómo enfrentarse a una entrevista en televisión. “¿Debo cruzar las piernas?, ¿cómo pongo las manos?, ¿miro al periodista a los ojos o miro directamente a la cámara?, ¿le trato de tú o de usted?, ¿me río o me quedo seria?, ¿debo parecer cercana o dar la imagen de poli dura?”… 

De CoCoCo le había quedado una cosa muy clara: “Los peces son amigos, no comida”, ¡Ay no!, que eso lo decían los tiburones en la peli de ‘Buscando a Nemo’ que había visto como cincuenta veces con Calima. “Céntrate, Paola, céntrate”, pensó.

Notó que le faltaba el aire y sacó una bolsa de papel que le ayudó a recuperar el ritmo de la respiración. Releyó de nuevo todos los consejos de comunicación del maravilloso perfil de Instagram: “Si dudas sobre la respuesta, no improvises ni inventes, traslada tus casos ejemplares y de éxito sin caer en sensiblería, evita responder a las preguntas de manera huraña, los periodistas no son nuestros amigos, un buen profesional siempre busca respuesta…” ¡Qué difícil le resultaba todo! Lo único que tenía claro es que le hacía falta darse las mechas.

-      ¿Qué vas a la tele?, ¿cuándo?

-      El sábado.

-      Pues yo también voy – dijo doña Jacinta.

-      Gracias abuela, no hace falta, ya me las apaño sola.

-      ¿Y eso cuándo lo echan?

-      Es en directo.

-      Ahhh, pero tendrás que dejarle el bolso con la placa, el móvil, y la pistola a alguien de confianza, ¿no? No pensarás tirarlo en cualquier parte, que tú eres capaz… Y te voy a preparar un bocadillo de tortilla, que seguro que solo tienen pinchitos de esos de cáterin, o como se llame, que se te quedan en una muela.

-      ¡Abuela!, que solo voy a una entrevista, no me voy a quedar a vivir en la tele.

El taxista detuvo el vehículo justo delante de la puerta de los estudios de televisión, pagó, le dio las gracias y salió del coche dispuesta a demostrar por qué era la mejor haciendo perfiles criminológicos. Tan absorta estaba en sus pensamientos, que en ningún momento se dio cuenta de que una moto la había estado siguiendo durante todo el camino.

Sacudió la melena como la mismísima Beyoncé y pensó en la advertencia que le hizo su amiga la peluquera mientras le ponía un poco de serum en las puntas: “Al que te toque el pelo en el estudio de televisión ese, lo mato”.

Sonrió. ¡Mira que era exagerada!

Empujó con seguridad la puerta, dirigió sus pasos hasta el mostrador de la entrada, se identificó y se sentó en la butaca blanca inmaculada que le indicó la amable recepcionista después de ofrecerle un café. No tardó en aparecer el joven que había conocido en Comisaría.

Tras el saludo y los dos besos de cortesía la acompañó hasta la sala de peluquería y maquillaje.

-      Uy nena, ¡qué pelazo!, ¡qué va, qué va!, no te podemos dejar salir así a plató, vas a nublar el brillo de nuestra estrella televisiva y no tengo yo hoy ‘el chichi pa farolillos’.

En un abrir y cerrar de ojos, el peluquero de la tele le recogió el pelo en una trenza espiga, le soltó un par de rizos y la dejó en manos de la maquilladora que se esmeró en quitarle los brillos de la cara.

Mientras tanto, Soly aparcó la moto donde nadie pudiera verla y ayudó a doña Jacinta a quitarse el casco. Aún no sabían cómo, pero tenían que llegar hasta el plató. Paola se había dejado el bocadillo de tortilla y la abuela se había empeñado en llevárselo.

La luz roja indicaba que ya estaban en el aire. Sintonía, careta de entrada y, tras el resumen de los temas a tratar en el programa, primer plano de la inspectora, con su sonrisa Profident y su trenza espiga.

-      ¡El pelo!, ¡que le han recogido el pelo! – Soly alzó la voz al darse de morros con la imagen de su amiga en uno de los monitores.

-      ¡Chsss! ¡Calla, coño, que nos van a oír!

Las dos, abuela y peluquera, habían conseguido colarse en el plató y permanecían agazapadas en un rincón con la esperanza de que nadie las descubriera. Allí iba todo el mundo con cascos en las orejas.

Paola Martín parecía cómoda.

-      ¿Cómo se hace un perfil criminológico? – preguntó la presentadora después de enumerar algunos de los casos que había solucionado la inspectora.

-      Me alegro de que me hagas esa pregunta – respondió pensando en el último asesinato que tuvo que resolver, estando de vacaciones, y sin llevar encima su arma reglamentaria– Primero hacemos una evaluación del acto criminal en sí mismo, luego de las particularidades de la escena del crimen, un análisis exhaustivo de la víctima, evaluamos los informes preliminares, el informe sobre la autopsia forense, se desarrolla un perfil con las características fundamentales del delincuente, y, por último, sugerencias de investigación basadas en la construcción del perfil.

-      Madre soltera e inspectora de homicidios, ¿cómo consigues compaginarlo?

Doña Jacinta vio cómo su nieta arrugaba la nariz. Mala señal. Paola empezaba a sentirse molesta.

-      ¿Si fuera hombre me preguntarías lo mismo?

-      Esto no es una sala de interrogatorios, inspectora, aquí las preguntas las hago yo.

Uy, uy, uy… la cosa se iba poniendo calentita. Doña Jacinta localizó el bolso de su nieta que, evidentemente, había dejado tirado en la primera esquina, le pidió a Soly que se lo acercara sigilosamente y tras comprobar que no faltaba nada, sacó la pistola de su interior.

-      ¿Esto cómo va?

-      Hay que quitar el seguro.

-      (Click clack) ¿Así?


Hacía días que las clientas no hablaban de otra cosa en la peluquería. Disparos por todas partes, focos destrozados, una presentadora en pleno ataque de nervios, gente saliendo despavorida por puertas y ventanas, un peluquero con un ojo morado y un operador de cámara comiéndose un bocadillo de tortilla, fueron imágenes que se hicieron virales.

La inspectora Martín creyó reconocer la moto en la que huyeron los sospechosos. Se dio un par de golpecitos en las sienes intentando hacer desaparecer la estúpida idea. No, no podía ser… Limpió cuidadosamente los manolos, los guardó en su caja y cerró el armario.


Comentarios

  1. Ay, chica!! Qué descojone de risa!! Esta abuela me recuerda a la de la peli, "Alto o mi madre dispara!". Qué divertido, por favor.
    Soy Charo del Face

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  2. No veas cómo me alegro de que te guste y que te haga reír. Me hace muchísima ilusión. Muchas gracias.

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