Entre nosotras




Miya (Miren Yaiza Curbelo Barrenetxea) dudó antes de descolgar. Desconfiaba de las llamadas de números desconocidos, pero estaba aburrida y no le venía nada mal un poco de charla. Así que se acomodó en el sofá dispuesta a seguirle el rollo a algún operador de telefonía móvil, a algún comercial de esos que trabajan para una empresa que justo te ha elegido a ti para que pruebes sus nuevos colchones o ¡quién sabe! si a algún agente de seguros que había decidido aprovechar el tirón del momento para hacer negocio.

-      ¿Sí?, ¿quién es?
-      Hola Miya, ¿cómo estás?
-      Vaya… Así que eres tú.

Todavía no le había perdonado que la dejara tirada cuando ella, sin querer, acabó matando a su vecina con un cuchillo jamonero.

La inspectora Paola Martín, de homicidios, aún recordaba el día en que Lucía, la hija estudiante de DECRIM (Doble Grado en Derecho y Criminología) de su mejor amiga, la había llamado para pedirle ayuda. Se había encontrado a su madre tirada y en estado cataléptico sobre un gran charco de sangre.

Lo que nadie tuvo en cuenta en aquel momento es que Paola sufría de hematofobia y se quedó paralizada e incapaz de recorrer la distancia que había desde el portal hasta el coqueto apartamento en el que vivían Miya y Lucía.

Aconsejada por su abogado, su amiga se había acogido a su derecho a no declarar y el juez ordenó prisión provisional y sin fianza a la espera de un informe psicológico que determinara qué había detrás de esa “locura transitoria” que le había llevado a hacer aquella barbaridad.

Nada supo Miya de Paola en todo ese tiempo, pero a la inspectora también le había tocado vivir su propio drama. Tras seis meses de psiquiátrico y retiro voluntario, había vuelto a su rutina. Bueno, una rutina totalmente trastocada por la crisis sanitaria que estaba viviendo el planeta entero por la aparición de un extraño virus que se estaba extendiendo como la peste.

No se podía salir de casa. Solo asomarse a ventanas y balcones para aplaudir, cantar, bailar o jugar al bingo. Que alguien hiciera un striptease al ritmo de “You can leave your hat on” de Joe Cocker, era cuestión de tiempo.

Mariana se había trasladado a vivir con ella para cuidar de Calima justo el día antes de decretarse el Estado de Alarma. Así, Paola podía seguir haciendo “cosas de poli”, como resolver el misterio de la desaparición de los rollos de papel higiénico, mientras la niña intentaba acostumbrarse a un horario de cole sin ir al cole.

Estaba segura de que lo del papel higiénico no había terminado a pesar de haber localizado e interceptado el último cargamento (y, de paso, haber tomado prestados unos cuantos rollitos a juego con los azulejos del baño).

Paola tenía que seguir, necesitaba ayuda y esta vez no podía recurrir a sus compañeros. Imposible. Lo que tenía en mente era superpeligroso y supersecreto y no se fiaba de nadie. Sabía que Miya estaba enfadada, llevaban meses sin tener contacto la una con la otra, pero la necesitaba y, ¡qué coño!, era su mejor amiga y sabía que podía contar con ella. Se llevaban cinco años, pero tenían tanto en común...

-      Miya, yo…
-      Un poco tarde para pedir perdón ¿no crees?
-      No pensaba hacerlo.- Paola frunció el ceño; no la aguantaba cuando se ponía en plan madre. – Mira, si me quieres escuchar, bien y si no, ya me las apañaré yo sola.

Miya no pudo evitarlo, le picaba la curiosidad ¿por qué y para qué la había llamado Paola justo ahora? Estaba taaannnn aburrida encerrada en casa que cualquier propuesta le parecía buena, aunque eso supusiera tener que hablar con la amiga que la había dejado tirada en el peor momento de su vida.

-      ¡Venga, dispara!, ¿qué tripa se te ha roto?
-      Por teléfono no, te veo en quince minutos.
-      ¿Estás loca?, que no podemos salir.
-      Hazme caso, yo estoy autorizada, coge mascarilla y guantes ¿tienes? Miya, por tu madre, te necesito, no puedo confiar en nadie más. ¡Ah! Y prepara una lista de cosas que te hagan falta. No preguntes y date prisa.
-      Vale, vale, que ya voy.

¡Qué intriga!

Paola pasó a buscarla en el coche oficial. “Así todo será más fácil”, pensó.

-      ¿Qué te traes entre manos? – le preguntó Miya nada más verla.
-      ¿Has traído la mascarilla y los guantes?
-      Sí.
-      ¿Tienes gel desinfectante?
-      Sí.
-      ¿Tarjeta de crédito, débito o similar?
-      También.
-      ¿La lista que te pedí?, déjame verla.
-      He apuntado un par de cosas, toma…

Paola se inclinó sobre su amiga y sacó otra lista de la guantera. Comparó ambas y las guardó en el bolsillo del pantalón. Desde el asiento del conductor, se retorció todo lo que pudo para alcanzar una maleta (de las que no te deja llevar Ryanair ni de coña) que estaba en la parte trasera del coche. Sacó dos trajes espaciales completitos (con su casco, su visor extravehicular y todo) y le pasó uno a su amiga.

-      ¡Póntelo!, creo que es de tu talla.

Miya hizo caso y se puso el traje sin rechistar. Le costó un poco, pero lo consiguió. Paola, lo mismo.

Cuando ya estuvieron las dos perfectamente ataviadas, la inspectora miró a su amiga y le dedicó una sonrisa de satisfacción.

-      ¡Ea!, ya estamos listas para ir al Mercadona.



Comentarios

  1. Jajajaja!!!! Es que ir al súper en confinamiento era todo un peligro. :) Confieso que me tenía la inspectora intrigada sobre eso tan peligroso que tenía que hacer y al llegar al final... desternillante. Buen trabajo.
    Por cierto, soy Charo del Face.

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