¿Susto o muerte?

 


¿Sabes ese momento en el que todo se vuelve oscuro y piensas que se acabó, que es el final (the end), que llegó tu hora, que vas a morir? Pues para mí, ese momento ha sido hoy. Aún estoy temblando, viva sí, pero hecha un manojo de nervios. Espero reponerme pronto del susto porque lo he pasado verdaderamente mal.

He llegado a casa un poco antes que él y, tras recorrer el salón, la cocina, los dos ‘toiletes’, las habitaciones de los niños y el cuarto de invitados, he decidido esperarle en el dormitorio principal (tipo suite con baño y vestidor). Estaba nerviosísima, pero tenía claro que era hoy o nunca.

He oído el tintineo de las llaves en la cerradura, me he escondido a todo correr detrás de las cortinas (tipo blackout, vamos, de esas que no dejan pasar el sol) y he pensado: “¡Qué emoción!, ¡menuda sorpresa que se va a llevar!”

Después he escuchado el clan clan de las tapas de las cazuelas y ha llegado hasta mí el olorcito a potaje recién hecho. A ver, no es lo que más me apetecía en ese momento, pero con una buena cervecita...

Empiezo a impacientarme, sigo escondida, él no viene, ¿por qué tarda tanto? De momento no hay nadie más en casa, pero pronto empezarán a llegar los niños y, lo que es peor, ¡su mujer! A esa zorra no se le escapa una.

El perro me ha visto y ha empezado a ladrar. Así que me he dicho a mí misma: “Voy a tener que salir o al final me va a descubrir antes de tiempo”. ¡Ay señor!, se me estaban quitando las ganas de todo.

¡Chissss! ¡Silencio!... No sé… Parecía que los pasos se aproximaban al dormitorio… ¡Uy!, pues no, “¿y ahora?, ¿dónde coño está?”, me he preguntado.

He conseguido despistar al perro, pero ya no aguanto más, así que decido salir y que sea lo que dios quiera. Total, ¿qué puede pasar?, ¿que aparezca la zorra, me vea y acabe como tantas otras? Tendré que arriesgarme.

Me aproximo al salón, silenciosa y sin hacer ni un solo ruido...

Ayyy, mira qué monooooo, pero si se ha quedado dormidito en el sofá, en calzoncillos (boxer) y a pecho descubierto.

¡Madre mía, cómo ronca!

Hace un calor que te mueres, pero recupero las ganas y me siento irremediablemente atraída por su aroma varonil.

Esa loción de afeitar (Varón Dandy, como poco), el olor a macho que emana del sudor que recorre (gotea) uno a uno los pelos de sus axilas, esos calcetines que casi caminan solos después de ocho horas cociéndose en el interior de las botas de trabajo, los efluvios de las tres cervezas que se ha tomado (veo las latas en el suelo), el calorcito que desprende su cuerpo…

Me acerco sigilosamente, necesito sentirlo más cerca, rozar su piel…

¡Y ahora viene lo gordo! De repente, algo le pone nervioso, se lleva la mano a la oreja y empieza a mover los brazos en todas las direcciones posibles, como si fueran aspas de molino a punto de soltarse y salir volando. ¡Joder, qué susto me ha dado! Pero si solo le he susurrado y le he dejado en el cuello un chuponcito de nada.

Me ve y me señala con el dedo. ¡El hijo de la gran puta! ¿Pues no va y me lanza una zapatilla? ¡Que estoy preñada, coño! A puntito he estado de quedarme espachurraíta contra el gotelé como mi prima La Chupi (todavía se ve el manchurrón rojo en la pared).

Por si fuera poco, al oír los gritos, las blasfemias y los juramentos, ha aparecido la zorra con el spray. Pensé que no lo contaba.

En fin, menos mal que he sido rápida y he conseguido escaparme por una rendijita de la ventana que da al patio de luces y, aunque aturdida y medio mareada, ahora estoy aquí, esperando al vecino del tercero, que desprende un aroma dulzón que me tiene loca.

Espero que este no tenga tanta mala hostia, se me está acabando el tiempo.

 

Nota de la autora:

Los mosquitos pican para chupar nuestra sangre, necesitan nutrientes para producir sus huevos. Por eso, siempre es la hembra la que pica. Después, buscará un poco de agua estancada y allí dejará a sus descendientes.


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