Los encantos de Marina

 


Por fin he encontrado mi sitio en este mundo cruel. Me siento bien, valorada, reconocida… La vida me sonríe por una vez y no puedo estar más feliz.

¡Fíjateeeee! Desde esta posición privilegiada veo a la gente pequeñita y eso me hace sentir grande, poderosa, con una fuerza inusitada y una seguridad en mí misma que me aleja cada vez más de la mujer ñoña e invisible que siempre he sido. Aquí estoy, pisando fuerte, soy una diosa. ¡A ver quién es el guapo que me mueve!

—¿Le apetece a la dama una copa de cava?

¿Y esa voz tan masculina, tan viril? ¡A la dama, dice!, se lo tengo que contar a mi amiga Carmen. Me empiezan a sudar las manos, confío en que él no se dé cuenta, se me hace un nudo en la garganta…

¡Joder!, creo que he ligado.

Me giro, nuestras miradas se encuentran y yo…, yo no sé qué hacer, así que intento sacar provecho a los tres mil euros de mis recién retirados brackets de zafiro y le dedico una entrenada sonrisa profident al morenazo de ojos negros que, solícito y sin esperar respuesta, coloca cuidadosamente una servilleta de papel sobre la mesita que tengo delante y me sirve la bebida de la forma más sexy que he visto en mi vida. 

También me sonríe… ¡Cómo me ponen los uniformes!

Y ahora me suda el bigotillo, seguro que me brilla y todo, pero aguanto como una campeona su mirada penetrante (dignidad ante todo), me acerco la copa a los labios como he visto que hacen las actrices de Hollywood y dejo que el espumoso me haga cosquillitas en la nariz.

Alguien le llama, se va, se aleja de mí… ¿Volveré a verlo alguna vez? ¿Por qué la vida es tan injusta? ¡Maldita suerte la mía! (Me encanta un drama).

Intento ahogar mis penas y me bebo de un trago el contenido de la copa (¡coño qué bueno está!, ¡y qué fresquito! Este no es como el que compro en el Lidl).

¡Ayyyy!, su voz, vuelvo a escuchar su voz… Suena lejos, pero sí, es su voz.

Cojo la servilleta y me seco el sudor del bigotillo. El espejito, ¿dónde habré puesto el espejito? Necesito retocarme los labios y tampoco encuentro mi gloss satinado de textura brillante y color vibrante.

¿Cómo voy a conseguir que mi boca se vea apetecible, luminosa y resplandeciente? Rebusco dentro del bolso, cada vez estoy más excitada, le oigo acercarse, no me va dar tiempo.

Mis ágiles y nerviosos dedos se topan con algo, ¿el pintalabios?, ¿el espejito? No, ¡mierda!, el satisfyer (regalo de mi amiga Carmen). Lo vuelvo a guardar y sigo buscando, no es el momento. ¿Y ahora?, ¡vaya! es el tarrito de vaselina. Bueno, da igual, me pongo esto mismo, que tengo los labios sequísimos.

¡Madre mía! Su voz suena cada vez más cerca. Levanto la cabeza, lo veo, lo tendré aquí en cero coma ¡y se trae a un amigo!

—Disculpe señora, ¿me permite su tarjeta de embarque, por favor?

—Desde luego, faltaría más.

Vuelvo a abrir el bolso, el amigo me sonríe, creo que me gusta más (se da un aire a George Clooney). Es mi día de suerte.

Saco el portadocumentos de Mister Wonderful (que también me regaló mi amiga Carmen) y muestro triunfal el cartoncito con mi nombre. Se lo doy, lo mira con detenimiento…

 —¿Marina Satrústegui?

¡Joder!, mi nombre suena tan bien en esa voz... Le guiño un ojo en señal de afirmación y recorro mis labios de forma lasciva con la punta de la lengua… ¡Dioosss!, ¡qué asco! ¿Por qué lo habré hecho? No vuelvo a comprar vaselina en los chinos.

Me da una arcada. Disimulo. Él no deja de sonreír.

—Lo siento, pero está usted ocupando el asiento de este caballero. Esto es business class, el suyo está seis filas más atrás, en turista.

Cojo el bolso toda digna y me levanto, a ver qué hago yo ahora con este calentón que tengo encima. Entro en el baño y saco el satisfyer. No se parece en nada a George Clooney, pero menos da una piedra. Se enciende la señal de “abróchense los cinturones”, ahora mismo no estoy en condiciones de ir a mi asiento, creo que me quedaré aquí un ratito.


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