Rubia, soltera y extremadamente peligrosa

 


Pasar las primeras horas de la mañana de Reyes interrogando a una sospechosa de asesinato no entraba dentro de sus planes, pero no le había quedado más remedio que hacer de tripas corazón y cruzar los dedos para que aquello terminara cuanto antes y poder así disfrutar tranquilamente del roscón y del delicioso chocolate que cada seis de enero preparaba su abuela.

Aún no había amanecido. La inspectora Paola Martín, de homicidios, tenía la mirada perdida en la cucharilla que giraba en sentido contrario a las agujas del reloj mientras revolvía el café, exigiéndose a sí misma un esfuerzo sobrehumano para permanecer despierta.

—No ha sido ella— El timbre de voz extremadamente agudo de la abogada de oficio la terminó de espabilar.

—¿Perdón?

—Que le digo que mi clienta no es la asesina.

Paola observó con desgana a la sospechosa. Embutida en un vestido blanco al más puro estilo “Instinto Básico” (Sharon Stone en pleno cruce de piernas), Bárbara M.R. permanecía en silencio, sin inmutarse, manteniendo una sonrisa de lo más sensual y disfrutando del momento.

Había algo en aquella pose totalmente artificial que no le gustaba nada…

—Lo siento, tenemos testigos y pruebas que la sitúan en el lugar del crimen— espetó la inspectora.

—Y yo le digo que no. ¿Usted sabe quién es?, ¿ha leído su historial?— Aquella insistente vocecita de pito, que a las seis de la mañana y sin haberse tomado aún la primera taza de café, se estaba volviendo verdaderamente insoportable, le atravesó como un dardo el canal auditivo y le martilleó el cerebro con tono burlón: “¿Sabe quién es?, ¿ha leído su historial?”

¡Por supuesto que lo había hecho! Nacida en marzo del 59, aunque no aparentaba la edad que tenía (cirugía plástica, así cualquiera), sin pareja estable y con un mínimo de 120 profesiones reconocidas, entre ellas, chef, niñera, azafata, profesora, astronauta, pediatra, científica, paleontóloga, ingeniera, cirujana, diseñadora… y ahora, asesina.

Bárbara M.R. era un icono de la moda. Podía aparecer como la princesa más hermosa y más cuqui, de esas de cuento, con su vestido, lazos y zapatos rosa; o la influencer más fashion, con sus vaqueros rotos, minifaldas, camisetas brillantes, botas altas y melenaza al viento. Todo le quedaba de muerte: bikinis, vestidos minis, midis y maxis, trajes de superheroína, escaladora, patinadora, bailarina, fontanera y granjera.

—Mire, abogada, yo siento que se haya tenido que levantar tan temprano de la cama en un día como hoy, pero estoy segura de que vamos a encontrar las huellas de su clienta en el arma del crimen.

—Vamos, que ustedes aún no tienen nada...

La inspectora Martín estaba empezando a perder la paciencia.

—Tenemos un cadáver, una katana con sangre y dos testigos que aseguran haber visto un coche como el de la sospechosa salir del domicilio de la víctima. Y no me caliente, porque si quiere podemos hablar también de sus problemillas de personalidad múltiple y sus continuos intentos de fuga del centro psiquiátrico. Que la asesina es ella, se lo puedo asegurar. Lo que tenemos que averiguar ahora es cuál de sus identidades fue la que cometió el crimen—sentenció, dando un golpe que hizo que la joven e inexperta letrada se estremeciera, contuviera la respiración e intentara instintivamente cubrirse unos ojos llenos de lágrimas.

Bárbara M.R. seguía sin inmutarse, sin pestañear... No había movido ni un solo músculo desde que la inspectora entró por la puerta. Era como si aquella situación no le afectara, como si no fuera con ella…

Paola cerró los ojos y suspiró… Decidió apiadarse de la pobre abogada novata, sabía que era el momento de dar un paso atrás. Por mucha rabia que le diera e impotencia que sintiera, ni había evidencias directas ni las pruebas eran concluyentes. Tenía que dejar a la sospechosa libre y sin fianza.

A las ocho en punto, el olor a chocolate recién hecho se adueñó de los cinco sentidos de la inspectora y de la abogada del turno de oficio. Doña Jacinta entró en el salón-comedor con tres tazas humeantes en una bandeja que dejó encima de la mesa y le dio un par de indicaciones al asistente de voz de Google, que esta vez no cuestionó sus órdenes. Los primeros acordes de “Soy minero” y la voz de Antonio Molina rompieron la tensión alcanzada durante el extraño interrogatorio.

“Yo no maldigo mi suerteeeee, porque minero nací. Y aunque me ronde la muerteeeee, no tengo miedo a moriiiiiirrrr”.

—¡A ver, vosotras dos, se acabó el juego, a comer el roscón, que se enfría el chocolate!— apremió la abuela.

Paola agradeció no tener que seguir sentada en la alfombra y se incorporó torpemente luchando contra el hormigueo que se le había quedado en las piernas tras dos horas con ellas cruzadas a lo indio.

Calima imitó a su madre y se apresuró a levantarse del suelo, también tenía ganas de terminar de jugar. Se puso de pie de un salto (nada como tener seis años recién cumplidos) y se lanzó sobre el roscón con la esperanza de que le tocara la figurita y poder así ser coronada, no sin antes colocar a Bárbara (su nueva Barbie mercenaria) en el asiento del conductor del Fiat 500 color rosa que, junto a la muñeca, le habían dejado los Reyes Magos bajo el árbol.

 

Nota de la autora:

El nombre completo de la muñeca Barbie es Bárbara Millicent Roberts y su ‘nacimiento’ tuvo lugar el 9 de marzo de 1959 en la American International Toy Fair. 😉

 


Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El vestido

Mi nombre es Lo, JLo (I)

Encargo mortal

Isabel Cabrera en "Vigila el rollo, que no se escape"

Pañuelos para los Gremlins