Renata & Colette

 


¿Te la vas a comer?

El movimiento vertiginoso del tenedor de Colette sobre la última croqueta que quedaba huérfana en el plato, pasó como un tsunami por delante de los ojos de Renata antes de que su cerebro pudiera dar la orden de abrir la boca y decir ‘sí’.

Ni era la primera vez ni sería la última. ¿Te lo vas a comer?, ¿te lo vas a beber?, ¿te lo vas a poner?, ¿te lo vas a comprar?, ¿te lo vas a follar?...

Colette nunca esperaba respuesta y se comía los bombones que Renata atesoraba para ese momento especial que nunca llegaba, se bebía su gintonic antes de que las dos bayitas de enebro tuvieran la oportunidad de dejar su toque aromático, investigaba en su armario y se ponía sin permiso el vestido negro con el escotazo hasta el ombligo, se compraba el modelo de coche deportivo para el que ella llevaba ahorrando media vida y se follaba al tío que le gustaba.

La vida de Renata era un desear sin osar y la de Colette un actuar sin medida. ¡La odiaba!

Aquella tarde, Colette se bebió el café con el matarratas… Por suerte, la ambulancia llegó a tiempo.

Los sanitarios encontraron a Renata tirada en el suelo, sola. Junto a su mano izquierda, en la pantalla del móvil aún parpadeaba la última llamada, 112… Tenía los labios morados, había vomitado y apenas podía respirar.

Tras recuperarse del lavado de estómago, pidió un espejo, aún quedaba un último cabo suelto.

Colette la miró risueña desde el reflejo. Estaba preciosa a pesar de la ausencia de maquillaje, las ojeras y el tono parduzco que los últimos acontecimientos habían dejado marcado en un cutis hasta entonces luminoso y perfecto.

Renata le devolvió una mirada vidriosa y una sonrisa rígida y malévola, digna de Jack Nicholson en ‘El resplandor’. Cogió aire y lanzó un grito aterrador antes de hacer añicos el espejo contra su rostro.

La enfermera entró en la habitación. Un reguero de sangre corría por la cara y las manos de Renata, que levantaba triunfal lo que quedaba del espejo como si fuera un trofeo.

—Ahora seré yo la que me coma mis bombones, me beba mi gintonic, me ponga mi vestido, me compre mi coche y me folle a quien me dé la gana.

Sonrió. Colette ya no estaba, por fin era libre.


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