Una adicción como cualquier otra

 



La mujer no dudó en ponerse de pie. Era su primera vez y siempre había pensado que los malos tragos, mejor pasarlos de golpe y sin anestesia. Se quitó la chaqueta y la dejó sobre el respaldo de la silla, tenía calor… Los sofocos de la menopausia no le daban tregua. Tímidamente, cogió el micrófono con la mano que le dejaba libre el abanico.

—¡Hola!, me llamo Trini y desde hace cinco años vivo de funeral en funeral. No me pierdo uno, aunque no conozca ni al fallecido ni a la familia…—cogió aire y continuó—. En mi lista de favoritos tengo los números de teléfono de todos los hospitales y de todos los tanatorios de la ciudad y alrededores. Lo primero que hago por la mañana es encender la radio para saber si ha muerto alguien y dónde será el entierro, y cada día recorto las esquelas de los periódicos, las pongo con chinchetas en una pizarra de corcho que tengo en la cocina y organizo el recorrido funerario de la jornada para que me dé tiempo a llegar a todos. Es agotador, no sé…, creo que tengo un problemilla. Por eso estoy aquí.

El grupo permaneció en silencio hasta que una señal del terapeuta indicó que era el momento de responder.

—¡Te queremos, Trini! ¡Bienvenida! —dijeron al unísono. 

La mujer soltó un suspiro de alivio. Después de dos meses por fin se había atrevido a hablar. Dejó rodar una lágrima de alegría sobre su mejilla, colocó el micrófono en su sitio y volvió a tomar asiento.

La inspectora Paola Martín, de homicidios, escuchaba atenta mientras dejaba que uno de sus rizos se enroscara fuertemente alrededor de su dedo índice, como si fuera una boa constrictor estrangulando a su víctima. Pensaba en toda la gente rara que había conocido a lo largo de su carrera. La muy ilusa había llegado a creer que, a estas alturas de la película, ya lo había visto todo… hasta que conoció a Trini, la de los funerales.

Tras ella, llegó Paco, el que se arrancaba el pelo (todo) a tirones cuando se ponía nervioso, Cosme, el que comía tiza y Magda… Bueno, Magda era la más normal de todos. Su adicción era comprar y comprar de forma compulsiva. Compraba de todo, desde comida para canguros hasta zapatos con aire acondicionado. Tenía la tarjeta de clienta vip de todo tipo de establecimientos físicos y digitales, aunque lo de la compra por internet no le resultaba tan placentero.

—De haber podido elegir, me hubiera gustado más ser ninfómana, adicta al sexo —había dicho— mi tarjeta de crédito no se resentiría tanto y le daría alguna que otra alegría al cuerpo. Pero nada, 50 y virgen.

Hacía un mes que Paola había entrado a formar parte del grupo. Acudía cada martes puntualmente a las sesiones con el terapeuta, pero nunca hablaba. Se limitaba a escuchar y a estudiar detenidamente a cada uno de los individuos de aquella extraña congregación de chiflados. Era consciente de que tarde o temprano tendría que desnudar su alma y hablar de lo suyo, pero no se sentía preparada. No, aún no, todo a su debido tiempo.

La tapadera tenía que ser perfecta, nadie en Comisaría debía conocer los detalles. Esa había sido la condición impuesta por la inspectora para poder infiltrarse en aquellas sesiones de terapia con la seguridad de no ser descubierta y poder averiguar cuál de todos esos maníacos había asesinado al psiquiatra que dirigía inicialmente el grupo. Tenía cinco sospechosos con el nuevo especialista, y cero pistas.

Estaba sola, lo sabía, pero necesitaba a alguien que ejerciera de enlace con la Comisaría, alguien de total confianza, de quien nadie sospechara, alguien que no tuviera nada que ver con las fuerzas del orden y que sirviera a la vez para reforzar su tapadera… Solo había una persona que reuniera todos esos requisitos.

*******

Doña Jacinta dejó una bandeja con dos tazas de café humeante sobre la mesita redonda del salón, acercó la butaca y se sentó frente a su nieta. Juntas repasaron y recrearon por quinta vez cada uno de los pasos.

—¿Todo claro, abuela?

¡Clarisísimo!, mi niña. Te encuentro medio asfixiada, te reanimo, llamo al 112, viene la ambulancia, te llevan al hospital, te examinan a fondo porque casi te mueres, te hacen mil preguntas y mil pruebas, te diagnostican tu problema, te obligan a asistir a terapia et voilà, ¡dentro y a coger al malo!

Todo parecía controlado, los informes médicos falsificados, la ambulancia de pega, los sanitarios ficticios… ¿qué podría fallar? La inspectora cerró los ojos y se concentró en su papel. El día había llegado.

*******

Cuando la metieron en la ambulancia seguía notando el sabor a menta fresca de la crema adhesiva que usaba su abuela para sujetar la dentadura postiza.

—Si no me llega a hacer el boca a boca, seguro segurísimo que hubiera muerto de asfixia, sepultada bajo una montaña de bolsos —había contado cuando por fin reunió fuerzas para compartir su historia con el grupo.

Los bolsos… su perdición. Los había contado, 730 en los dos últimos años, a bolso por día. Le faltaba mucho para que su humilde muestrario se acercase a los 3.000 pares de zapatos de la increíble colección de la controvertida ex primera dama de Filipinas, Imelda Marcos, pero tiempo al tiempo —había dicho.

Aún sentía escalofríos al pensar que aquella tarde podría haber muerto de la forma más absurda, aplastada por todo tipo de Armanis, Calvin Kleines, Guesses, Jimmy Chooses, Guy Laroches, Moschinos, Lacostes, Ralph Laurens, Carolina Herreras, Valentinos, Versaces, Louis Vuittones, Loewes y Chaneles de imitación. Sí, de imitación, el sueldo de camarera no daba para originales de 3.000 euros de media.

Cuando terminó su relato contuvo la respiración. Nadie se atrevió a decir nada en aquella habitación de paredes blancas inmaculadas, hasta que el terapeuta asintió con la cabeza.

—¡Te queremos, Paola! ¡Bienvenida!

La inspectora soltó el aire, dejó el micrófono y se sentó. Parecía que la historia de la camarera bolsoadicta había colado. Se había ganado la confianza del grupo. Ahora sí que estaba dentro.

El reloj de la torre acababa de dar las seis, la sesión semanal había terminado. Se había tirado un mes enterito observando y estudiando a Trini, Cosme, Paco y Magda. Ahora, tras contar su historia, la consideraban por fin una más y no estaba dispuesta a tener que esperar hasta el martes siguiente, no quería romper el vínculo que se había creado aquella tarde.

—¿Le apetece a alguien tomar un cafecito o un chocolatito caliente?—soltó casi sin pensar.

Trini y Magda se animaron, hacía frío, Cosme y Paco pusieron todo tipo de excusas y el terapeuta simplemente sonrió y asintió con la cabeza.

—¡Vamos chicos! No me hagan el feo que es mi cumpleaños, yo invito —improvisó.

No tardaron en encontrarse los seis devorando una enorme bandeja de churros que unos untaban en chocolate y otros en café con leche.

Paola siguió hablando de sus bolsos y contando las más extrañas anécdotas provocadas por su ficticia adicción. Era preciso seguir manteniendo el ambiente de confianza que se había creado.

Poco a poco, churro a churro, los demás fueron hablando de sus cosillas. Trini había empezado a diseñar el periplo mortuorio de cada día, Paco se lamentaba de su gran parecido con Filemón (solo le quedaban dos pelos en la cabeza), Cosme explicó la diferencia de sabor de las tizas según los colores y Magda presumía de su última adquisición: una escobilla para el inodoro con la cara de Donald Trump (13,99 euros por Amazon prime). El terapeuta sonreía y asentía con la cabeza…

Uno de ellos era el asesino, pero… ¿quién? y, lo más importante, ¿por qué lo hizo? Mientras su cerebro procesaba posibles pistas, las conversaciones se acabaron convirtiendo en murmullos.

*******

La inspectora Martín se concentró en las imágenes que el comisario Ramales tenía distribuidas por toda la mesa del despacho. Después del chocolate, el café y los churros, seguía sin saber quién había asesinado al anterior terapeuta y apenas le quedaban cuarenta y ocho horas para que fuera otra vez martes.

Estaba agotada, así que decidió recoger todas las fotografías de la escena del crimen y llevárselas a casa.

—¿Se puede saber qué haces con todas esas fotos tiradas por el suelo?

—¡No te muevas, abuela! Dime, ¿qué ves desde ahí?, ¿hay algo que te llame la atención?

Doña Jacinta estaba intrigada, se sacó del bolsillo las gafas que solo usaba en caso de extrema necesidad y, sin moverse de la puerta del salón, echó un vistazo a la alfombra que Paola había construido con las imágenes del crimen.

—Un bolso…

—¿Cómo?

—Que veo un bolso, igualito a uno de los que tienes ahí colgados.

La inspectora cogió la fotografía que le señalaba la abuela. Efectivamente, junto al cadáver, colgado del respaldo de una silla brillaba un bolso de color plata idéntico a uno de los suyos, salvo por un pequeño detalle. Ahogó un grito, se levantó del suelo y abrazó a doña Jacinta.

—¡Eskerrik asko, amama! Maite zaitut.

—¡Coooorrrteeeeennnnn! Pero vamos a ver, ¿desde cuándo la inspectora habla en euskera? Me acabas de joder la toma, querida.—El director estaba realmente furioso, pronto se quedarían sin luz para grabar los exteriores.

—¡Ay chico, qué carácter! Es que me he metido tanto en el personaje, que pensé…

—Tú no estás aquí para pensar, bonita, estás aquí para interpretar. Ahora tendremos que repetirlo todo.

Paola y doña Jacinta salieron de detrás del biombo mordisqueando un sándwich de cangrejo. El catering era lo mejor del rodaje.

—¿Qué ha pasado?, ¿ya la ha vuelto a liar? —preguntó la inspectora en voz baja.

—Esa actriz que han elegido para interpretar tu personaje no me gusta nada, sobreactúa —sentenció doña Jacinta.

—Ya te digo, a mí me hubiera gustado más que lo interpretara la canaria.

—¿Qué canaria?

—Toni Acosta.

—O la Verdú.

—Pues sí, esa también.

—¡Silencio todo el mundo!, retomamos donde lo dejamos. ¡Prevenidos! ¿Sonido? Graba. ¿Cámara? Graba.

La claqueta hizo un fuerte “chack”.

—Cinco y… ¡Acción!


Comentarios

  1. Uuyyyy, qué emocionante lo has dejado! Nik ere maite zaitut.

    ResponderEliminar
  2. Al final se va a hacer verdad, y tu inspectora hará una serie. Pero doña Jacinta que no falte. Excelente como todos!
    Soy Charo del Face

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Charo. En algún momento me gustaría juntar todos los relatos de Paola, pero ando perdida.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El vestido

Mi nombre es Lo, JLo (I)

Encargo mortal

Isabel Cabrera en "Vigila el rollo, que no se escape"

Pañuelos para los Gremlins