Ahora me toca a mí. Una historia de… ¿Terror?



Había llegado el momento. Sentada frente al ordenador aspiró todo el aire que cabía en sus pulmones, cerró los ojos y lo soltó poco a poco. Mientras, daba golpecitos nerviosos sobre la mesa Arkelstorp de Ikea con el boli azul (Bic cristal)

*******

“Quiero que sepan que, para mí, la Universidad dejó de ser un lugar donde se imparte enseñanza desde que se suprimió el castigo corporal y se permitió la entrada a las mujeres”.

Las palabras de aquel profesor de Literatura que se apropiaba del tabaco de los estudiantes de la primera fila y que, por cierto, llegó a ser director de la Biblioteca Nacional, seguían sonando en su cerebro y atormentándola treinta años después. Recogió sus cosas, se levantó y abandonó el aula. Quizá por eso, tiempo después, hizo lo que hizo…

El horror que había tenido que vivir a sus recién estrenados dieciocho la habían marcado de por vida. Se despertaba por la noche sudorosa y con palpitaciones hasta que reconocía el espacio seguro que la rodeaba y su respiración recuperaba el ritmo normal. Su cama, sus cojines (treinta), sus fotos, sus libros, las rosas amarillas en aquel jarrón de cristal d’arqués y su almohada viscoelástica aloe vera.

Atrás, muy atrás (o quizá no tanto) había quedado aquel otro docente, el de la barba, el que abandonaba a sus alumnos a mitad de curso porque tras convertirse al Islam tenía que cumplir con el Corán, hacer honores a Mahoma y respetar el mes sagrado del Ramadán para poder acercarse a Alá… O eso fue lo que les contó aquel día mientras invocaba a Edra Pound y le instaba a abrir en canal a los estudiantes de la Facultad de Medicina, que habían irrumpido en la clase y arrastrado al pecado a varios de sus anonadados discípulos. Recogió sus cosas, se levantó y abandonó el aula. Quizá por eso, tiempo después, hizo lo que hizo…

Pensaba que aquello no podía ir a peor, pero entonces llegó él, el de Derecho, suspendiendo a diestro y siniestro porque odiaba (sí, sí, odiaba) y menospreciaba a quienes habían elegido la misma carrera que ella, y se vanagloriaba de ser el profesor que mayor número de cancelaciones de convocatorias acumulaba (el cabrón llevaba la cuenta). Recogió sus cosas, se levantó y abandonó el aula. Quizá por eso, tiempo después, hizo lo que hizo…

Aquel otro, el de Sociología, la echó de clase. Podría haberlo hecho por reírse de su flequillo a lo Anasagasti, pero no, la echó por levantar la mano y preguntar. “Perdone, no entiendo”. Él volvió a leer las mismas cinco líneas y ella volvió a levantar la mano. “Disculpe, yo, leer, lo que se dice leer, también sé, pero es que no lo entien…” No llegó a terminar. Esta vez no se fue, la expulsaron. Así que recogió sus cosas, se levantó y abandonó el aula. Quizá por eso, tiempo después, hizo lo que hizo…

Economía, Pensamiento Político, Comunicación de Masas, Semiología y Semiótica… el recuerdo de cada asignatura brotaba entre sus pensamientos como la mala hierba.

Echó la vista atrás y se vio a sí misma, en su primera clase universitaria de Lengua Castellana, analizando sintácticamente la letra de canciones de La Guardia que un profesor imberbe garabateaba en la pizarra. “Cuando brille el sol, olvídate de mí”, “Donde nace el río, te esperé”, “Mil calles llevan hacia ti y no sé cuál he de seguir”… Recogió sus cosas, se levantó y abandonó el aula. Quizá por eso, tiempo después, hizo lo que hizo…

También se acordaba del otro, el de Opinión Pública, aquel que se escapó del psiquiátrico (eso contaban) y explicaba que los nazis tenían una erección cada vez que veían ondear una bandera con una esvástica.

¡Y el calvo de gafas!, tampoco lo había olvidado. Ese fue el que la dejó para septiembre porque ella le había demostrado que sabía más que él, dejándolo en evidencia delante de toda la clase. Así que recogió sus cosas, se levantó y abandonó el aula. Quizá por eso, tiempo después, hizo lo que hizo…

*******

Miró de nuevo los nombres y datos de su lista, los cotejó con las imágenes y perfiles que le proporcionó Google, cerró la carpeta del escritorio y una carcajada terrorífica retumbó en la habitación.

Era el momento. Ahora, ahora le tocaba a ella. 

"¡Qué razón tenía Alfred Hitchcock!", pensó, "la venganza es dulce y no engorda".

¡Ya era inspectora de Hacienda!

 

 

 

 

Comentarios

  1. Me encantó, me quedo con el profe de lengua 🎶🎶🎶

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    1. 😂😂😂😂. Gracias Noe. ¿Sabes lo mejor? Que todos ellos existieron.

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  2. Muy bueno,..... La venganza se sirve en plato frío 😁😁

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  3. Jajajajaj, buenísimo! Cuántas anécdotas nos ha proporcionado la etapa estudiantil!

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  4. Buenísimo!! Menuda venganza después de tantos años.
    Soy Charo del Facebook

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    1. Muchas gracias, Charo, guapa. Son simplemente locuras que me van llegando a la cabeza y a veces no sé ni cómo ordenarlas ja, ja, ja.

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