El cable del mareo



1 de agosto de 1982, 4:00 horas, silencio absoluto en la calle, operación salida de vacaciones y 700 kilómetros por delante.

-      ¡Todo el mundo al coche! A ver si arrancamos ya que se nos va a echar el día encima, luego hace calor y no quiero pillar caravana.

Los tres niños se descalzaron y se acomodaron en el asiento trasero tratando de coger postura para seguir durmiendo. Eran los tiempos en los que no era obligatorio ponerse el cinturón y los coches no llevaban aire acondicionado. Volvieron a echarse a suerte (pito pito gorgorito) quién iba en el medio.

Miró por la ventanilla y vio cómo su madre acercaba las maletas a la parte trasera del automóvil, mientras su padre juraba en hebreo, tratando de encajarlas, como si fuera un tetris, en el maletero. Aguantó una risita. Sabía muy bien lo que venía a continuación.

-      ¿Qué has metido aquí?, ¿piedras?

La historia se repetía cada verano; nada de comer en el coche, la bandeja del maletero perfectamente colocada sin nada que entorpeciera la visibilidad del conductor y, por supuesto, el casete de Amigos de Gines y sus sevillanas. Ella hubiera preferido a Mecano y su ‘Me colé en una fiesta’, pero no estaba la cosa para elegir la música.

Sin embargo, había algo que nunca entendió. Su padre, tan meticuloso y perfeccionista que era con todo, siempre se olvidaba de enchufar el cable del mareo antes de arrancar el coche y no se acordaba hasta que alguno de sus hermanos o ella misma empezaba a marearse a la altura de Burgos. Entonces, ante el temor de que alguno de los niños llenara de vómito su impoluto coche, paraba en el primer área de descanso, abría el capó y conectaba el cable. Nadie volvía a marearse.

*******

 

-      Buenas tardes, agente, ¿qué tenemos?

-      Buenas tardes, inspectora. Mujer, entre 45 y 50 años. No sabemos si está armada, pero tiene tres rehenes: la gerente del concesionario, uno de los vendedores y un cliente.

-      ¿Han podido hablar con ella?, ¿saben lo que quiere?, ¿podemos negociar?

El policía suspiró, se agarró el pantalón por la cintura y tiró hacia arriba en un intento infructuoso de ponerlo en su sitio (se había quedado atascado por debajo de la barriga).

-      No lo tenemos muy claro. Dice que una de dos: o que le pongan a su coche nuevo el cable del mareo o que le descuenten todo el dinero que ha pagado por los extras.

La inspectora Paola Martín, de homicidios, preguntó extrañada.

-      ¿El cable de qué?

-      Del mareo, inspectora, del mareo.

-      ¿Y eso viene ya de serie o forma parte del equipamiento complementario como el sistema de navegación GPS, la cámara de aparcamiento 360º, los faros de xenón, la tapicería de cuero o los asientos con calefacción y ventilación?

-      Pues ni idea, la verdad.

-      Venga conmigo por favor –dijo la inspectora, mientras seleccionaba un contacto en su agenda del móvil -, vamos a necesitar ayuda.

A Lucas Bernini le costó llegar hasta su jefa. Los curiosos se habían agolpado alrededor del cordón policial y los selfies con el hashtag #síalcabledelmareo inundaban ya todas las redes sociales. Hasta algunos famosos habían aprovechado el tirón en sus cuentas y perfiles personales, y reclamaban también un cable del mareo para sus maravillosos coches deportivos descapotables.

Cuando consiguió atravesar la montaña humana y alcanzar el furgón policial, donde se había montado todo el dispositivo de vigilancia, dejó las bolsas sobre el primer espacio que vio libre.

-      He traído refuerzos, va a ser una noche larga – dijo el subinspector.

Paola Martín estaba preparada para establecer contacto con el interior del concesionario.

-      ¿Eso que huele es comida china?

-      Rollitos de primavera, tallarines tres delicias, arroz frito con gambas y pato pekín – precisó Bernini.

-      Bien, vamos a allá.

Un tono, dos tonos, tres tonos… Por fin alguien descolgó. Una voz femenina, clara y contundente, aunque asustada.

-      No se moleste en soltarme el rollo, he visto muchas pelis y sé cómo va esto. No quiero aviones privados ni que me ingresen 30 millones de euros en una cuenta en las Islas Caimán. Solo quiero mi cable del mareo.

-      De acuerdo – dijo Paola muy suavemente – pero antes tendrá que explicarme cómo es ese cable y, sobre todo, dónde va instalado. A ver si encuentro uno y se lo llevo.

La mujer del concesionario miró a las tres personas que tenía amordazadas en el suelo. De repente se dio cuenta de que nunca había visto cómo era el dichoso cable ni dónde iba enganchado, solo sabía que existía y que lo necesitaba urgentemente. Ya estaba harta de tener que limpiar de vomitonas la tapicería del coche (que era nuevo ¡coño!). Colgó, tenía que pensar.

El mayor de sus vástagos se le iba a la Universidad y por aquello del miedo a enfrentarse al nido vacío, y en contra de la opinión de su marido, hacía años que se había apuntado a un programa de adopción internacional. Ahora tenía en casa una niña de doce años igualita a la de ‘El exorcista’. Le había puesto hasta el mismo nombre, Regan (por Regan MacNeil), que también es mala leche.

-      El angelito no aguanta los trayectos en coche. Se marea, vomita y dice palabrotas – había explicado cuando intentó reclamar ese cable del mareo que su utilitario no tenía, primero al vendedor que la había atendido hacía apenas dos meses, y después a la gerente del establecimiento.

Pero no hubo manera de razonar con ellos. ¡Mucho coche moderno y mucha leche, pero nada de cable del mareo! De eso hacía ya seis horas. Estaba agotada y necesitaba aclarar las ideas, cerró los ojos.

Una nueva llamada la devolvió a la realidad.

-      Hola, soy la inspectora Paola Martín. Antes me has colgado y no me he podido presentar, ¿todo bien por ahí?, ¿necesitas algo de comer?, ¿agua?

¿La estaba tuteando? Mira qué maja y qué cercana.

-      Gracias, solo necesito que alguien me dé mi cable del mareo, soltaré a los rehenes, me iré tranquilamente y aquí no ha pasado nada.

Así no había manera de avanzar.

-      ¡Vamos a ver!, ¿alguien sabe dónde coño podemos conseguir un cable del mareo?, ¿nadie tiene uno de sobra en el coche?, ¿algún mecánico en la sala? – preguntó Paola desesperada.

Todos negaron con la cabeza.

La pantalla del móvil se iluminó con el mensaje de Whatsapp que llevaba todo el día esperando. La inspectora se levantó de golpe, ¡por fin lo habían localizado! Dejó la pistola sobre la mesa, cogió una de las bolsas con comida china y atravesó a zancadas los poco más de cien metros que la separaban de la puerta del concesionario.

Ella la vio llegar y abrió, no podía resistirse al olor a soja y jengibre.

-      ¿Trae mi cable?

-      Me temo que no, pero a lo mejor podemos llegar a un acuerdo. Alguien quiere hablar con usted.

Paola le pasó el móvil y vio cómo la mujer daba un suspiro de alivio.

-      Ya está todo solucionado –dijo sonriendo- Era mi padre, resulta que el cable del mareo dejó de fabricarse a finales de los 90. Ahora hay un microchip que hace las mismas funciones.

-      ¡Genial!, no sabes cuánto me alegro. Ya puedes soltar a los rehenes, nos vamos todos a casa.

-      ¡No!

Cogió la bolsa de comida china y de un empujón tiró a la inspectora al suelo.

-      ¡Yo de aquí no me muevo hasta que me instalen en el coche mi microchip del mareo!

 

Nota de la autora:

Esta historia está basada en hechos reales. Un homenaje a mi familia y, por supuesto, al cable del mareo.

 

 


Comentarios

  1. Qué perrera le ha dado a esa mujer con el dicho cable del mareo!!! Jajajaja
    Que yo recuerde era un trozo de goma que se ponía atrás, al lado del tubo de escape, pero no sé si eso funcionaba o no. Yo nunca me mareé. :)
    Soy Charo del Face.

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    1. Yo nunca sabré dónde estaba exactamente y mi padre se niega a desvelar el misterio. 🤣🤣🤣🤣

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