Ya está aquí la abuela
- Señorita,
haga usté el favó de subir el volumen de la tele, que
sale mi nieta.
Detrás
de la barra, la camarera no escuchaba a doña Jacinta; estaba demasiado ocupada
discutiendo con un turista que movía los brazos como si fueran aspas de molinos
y escupía palabrotas en vete tú a saber qué idioma (eran palabrotas, seguro).
-
¡Que
le he dicho que la cuenta está bien! –gritó, como si alzando la voz, el guiri
la fuera a entender – ¿Cuántos son? Five
¿no?, ¿pues cómo pretende pagar four
si son five? Que el niño se ha comido
un menú completito, señor… A ver si me entiende de una vez: ¡children también pagan!
El
hombre vio que no tenía nada que hacer, pagó la cuenta, hizo una señal a su
mujer, a los suegros y al niño, y desaparecieron sin dejar propina ni nada.
-
Lo
que hay que aguantar. Menos mal que una sabe idiomas, porque si no…
Doña
Jacinta, que había permanecido callada contemplando la escena, estaba a punto de
perder los nervios y la paciencia.
-
¡Niña!
La tele, que va a salir mi nieta.
La
camarera cogió el mando y subió el volumen justo en el momento en el que las
cámaras enfocaban a la inspectora Paola Martín, de homicidios, y a sus compañeros
de la Científica, mientras salían del domicilio de uno de los marchantes de
arte más famosos de los últimos tiempos.
Paola
estaba totalmente desencajada tratando de asimilar lo que acababa de ocurrir.
Alargó la mano y tapó uno de los micrófonos. No quiso hacer declaraciones.
Mientras, el subinspector Bernini se rechupeteaba los dedos saboreando los
últimos restos de canela y azúcar.
-
Esa
es mi nieta. Es inspectora de policía, ¿saben? – dijo orgullosa doña Jacinta
dirigiéndose a los clientes del bar.
Hacía
tan solo unas horas que había aparecido por sorpresa en casa de Paola. Cuando
la inspectora abrió la puerta y la vio plantada en el umbral, con el ceño
fruncido, los brazos cruzados y una maleta en la que llevaba algo más que ropa para
tres ‘diitas’, empezó a temblar. Había vuelto a discutir con el abuelo… por
quinta vez este mes.
-
No
me deja comer chorizo.
-
Es
por tu bien. No debes comer chorizo.
-
A
mis 84 años me vas a decir tú lo que es por mi bien y lo que no.
Era
tozuda como una mula, así que nada, cogió la maleta y la llevó hasta la
habitación de Calima, que se encontraba de campamento con los compañeros del
cole.
Paola
Martín se había levantado esa mañana con la esperanza de tener un día tranquilo;
esperanza que desapareció con la llegada de su abuela y la llamada repentina del
subinspector Bernini.
-
Sé
que es su día libre pero la necesitamos urgentemente. Le voy pasando por WhatsApp las imágenes que acaban de enviar los de la Científica, mientras le
cuento.
Bernini
sabía que la inspectora llevaría los cascos puestos, siempre los llevaba; así
era mucho más sencillo atender las llamadas y poder ver a la vez la pantalla
del móvil, en caso de que fuera necesario. Y esta vez lo era.
-
Gracias
subinspector, nos vemos en veinte minutos, pase a recogerme, por favor.
Paola
lanzó el móvil sobre el sofá, necesitaba darse una ducha rápida antes de salir.
Casi le da con él a doña Jacinta que, cansada del viaje, se había sentado tranquilamente
a ver la telenovela. Con el rabillo del ojo, la abuela miró la imagen que se
había quedado en la pantalla.
Horrorizada,
cogió el aparato y empezó a deslizar el dedo para ver el resto. “¡Ay Jesús!”, “¡Qué
horror!”, “¡Cielo santo!”. Cada fotografía era peor que la anterior.
La
inspectora tardó poco más de quince minutos en prepararse. Se puso las gafas de sol
y entró corriendo al salón buscando el móvil. Estaba justo donde lo había
dejado (más bien tirado). Lo cogió y salió disparada.
-
¡Abuela, me voy! No me esperes para comer- gritó.
No
hubo respuesta. “Se habrá metido en la cocina”, pensó. Le mandaría un WhatsApp
para que no se preocupara una vez estuviera en el coche. Bernini la esperaba.
Hora
punta, había atasco y, aunque la distancia era corta, tardaron en llegar más de
lo previsto. El cordón policial impedía el paso a la casa del marchante de
arte. Los de la Científica ya estaban allí.
-
Buenos
días, ¿ha entrado alguien?
-
Buenos
días inspectora, no después de que les mandáramos las fotos.
Una
mueca de contrariedad se dibujó en el rostro de Paola. El precinto de la puerta
estaba roto y alguien la había dejado entreabierta. Sacó la pistola.
-
Pero,
pero ¿qué ha pasado aquí?
Estaba
todo impoluto y perfectamente ordenado. Olía a lejía y a limpia muebles para madera con aroma a
frescor de primavera, no había cristales por el suelo ni restos de sangre… Tampoco el revólver que se veía en las fotografías y, lo más inquietante de todo, el
cadáver había desaparecido. Guardó el arma.
La
voz de Joselito cantando ‘Campanera’ y la aparición de su abuela desatándose el
delantal era lo último que esperaba encontrarse en la escena del crimen.
-
Abuela,
¿qué has hecho? – Paola casi no podía articular palabra.
-
Esto
estaba hecho un asco, todo desordenado y tirado por el suelo, la tele rota, la
mesa rota… Había huellas de barro y sangre, mucha sangre, y tú no la soportas.
Hasta un muerto había, pero tranquila que ya lo he tirado al contenedor. Al de
residuos orgánicos, no te preocupes, que yo lo del reciclaje y la separación de
residuos lo llevo a rajatabla. ¡Desde luego, es que no sé cómo podéis trabajar
así!
-
Abuela, pero…
-
¡A
callar! El café está recién hecho y ahí también os dejo una bandeja de torrijas.
¡Hala! A desayunar, que con el estómago vacío, se trabaja peor.
Menuda abuela!! Pa' comérsela a besos, eh?
ResponderEliminarEs que tiene toda la razón. A ver quién trabaja bien con todo hecho un asco. 😂😂😂
EliminarAy, Doña Jacinta!! Qué mujer con más arte! Mándamela para aquí, y que me haga unas torrijitas. Hummm...
ResponderEliminarSoy Charo del Face