Vigila el rollo, que no se escape
Siempre
le habían gustado las películas de catástrofes naturales; tsunamis que acababan
con el mundo, terremotos que destrozaban el mundo, sequías que se cargaban el
mundo, huracanes y ciclones que hacían volar al mundo, volcanes que explotaban
y arrasaban el mundo…
Pero
sus favoritas eran aquellas que hablaban de enfermedades que empezaban con el
mordisco de un mono (de esos con mala leche) a un misionero en alguno de esos
países por ahí perdidos que no salen ni en el mapa.
Ya
saben la historia, el mono muerde al misionero, el misionero estornuda en la
Biblia, el del poblado toca la Biblia, vienen unos cazadores de esclavos y se
llevan la Biblia, al misionero, al del poblado y al mono. Y al final, el virus
se extiende de tal manera que no lo para ni Neuer (o Arconada en los 80).
Lo
que nunca se imaginó la inspectora Paola Martín, de homicidios, es que acabaría formando parte de una de esas películas.
Dentro
del coche oficial olía a café. Bernini acababa de abrir el termo. Necesitaba
tomar una buena dosis, aquella jornada iba a ser eterna. Llenó una de las tazas
y se la dio a la inspectora.
-
¿Qué
tenemos hoy? – Preguntó Paola a su compañero mientras daba un pequeño sorbo.
Desde
que se declaró el Estado de Alarma el índice de delincuencia había subido.
Sobre todo, se había multiplicado de forma alarmante el número de señoras
rubias que se negaban a pagar con tarjeta porque solo tenían efectivo y se
liaban a estornudar, para que las dejaran salir del supermercado sin pagar, y
las peleas entre miembros de una misma familia, que se jugaban cada día a los
chinos quién sacaba al perro o bajaba la basura.
Sin
embargo, lo que más le preocupaba a la inspectora era el incremento de la venta
ilegal de papel higiénico; un producto totalmente prohibido desde la entrada en
vigor de la ‘Ley Scottex’, con el que los estraperlistas estaban haciendo su
agosto.
¡En
su vida había visto semejantes alijos! “Ni cuando estaba en narcóticos”, le
había dicho a Bernini en varias ocasiones. El contrabando de papel higiénico se
había convertido en el pan nuestro de cada día, las redes de delincuentes organizados
que manejaban el producto como querían en el mercado negro proliferaban como
setas, pero Paola Martín esperaba pacientemente a que alguno cometiera un
error. Y lo cometería, estaba segura.
-
Tenemos
que ir al muelle, inspectora, me han dado un soplo. A las 15:00 a plena luz del
día está previsto que llegue un crucero lleno de turistas, pero dirán que no
bajará ninguno a tierra porque están durmiendo. Ya ve (se rió), como si con la
que hay montada les fuéramos a dejar bajar.
Paola
lo miró de reojo; era majo, pero a veces es que parecía medio tonto. Anda que
ya le podría haber tocado un compañero un poco más espabilado.
-
Bernini
por dios, que el barco que tenemos que vigilar es el otro, el que pretende
descargar tres contenedores llenos de papel higiénico que, como no andemos
listos, acabará costando en el mercado negro unos 2.000 euros los 100 gramos.
El
subinspector empezó a notar cómo el calor subía por sus mejillas, así que para
disimular arrancó el coche, pisó el embrague, metió primera, quitó el freno de
mano y salió disparado rumbo al muelle.
Las
calles estaban vacías, no había tráfico (normal, estaba todo el mundo en sus
casas haciendo gimnasia, croquetas o jugando al “veo, veo” con los vecinos del
edificio de enfrente), así que llegaron en apenas unos minutos. Ya estaban
descargando el primero de los contenedores.
Tras
haber dejado el coche unos metros atrás, desde una posición estratégica y
privilegiada la inspectora Martín y Bernini observan todos los movimientos.
Seis operarios descargaban rollos y rollos de papel blanco y suavecito y los volvían
a cargar en camiones, mientras un tío engominado con un traje muy caro y
zapatos brillantes hablaba por el móvil y daba órdenes a todo el mundo.
Bernini
se incorporó.
-
¡Quieto!
Aún no – La inspectora Martín lo agarró por la manga y lo obligó a agacharse de
nuevo.
El
segundo de los contenedores ya estaba también en tierra. Paola esperó a que lo
abrieran y se lanzó.
-
¡Alto,
policía!
Del
susto, dos de los operarios y el del traje caro y los zapatos brillantes
cayeron hacia atrás rompiendo las cintas de seguridad que sujetaban una montaña
de rollos sin empaquetar.
En
cuestión de segundos, empezaron a rodar por todo el muelle kilos y kilos de papel
higiénico perfumado, de celulosa pura, fabricado a partir de fibra vegetal,
extra laminado, con diminutos cortes cada diez centímetros para facilitar su
uso… Había de todo tipo de olores y colores, incluso estampados.
Una
vez más, Paola Martín lo tenía claro. Se acabaron las hojas de higuera, se
acabó tener el ojete escocido y, además, necesitaba urgentemente encontrar un
papel que le combinara con los azulejos del baño o, por lo menos con la cenefa,
para calmar su ansiedad.
¡Y
allí tenía para elegir!
Jajaja..... Muy bueno el final
ResponderEliminarElla siempre sale por donde menos te lo esperas jajajja.
EliminarTráfico de papel!!! Detengan a esos ladrones-
ResponderEliminarDe papel higiénico. No lo olvides. jajajja
EliminarJo, Por Dios! Lo que me rio. Mila esker hain umore ona izateagatik.🦋
ResponderEliminarPues a seguir riendo, que es muy sano. 🤣🤣🤣
EliminarCómo me acuerdo de la locura por el papel higiénico al principio del confinamiento. Aquello no era normal. Pero yo también habría hecho lo mismo que la inspectora: maricón el último!! Divertida como siempre.
ResponderEliminarSoy Charo del Face
Jajajaj. Muchas gracias, Charo. Un beso.
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