Esta casa está podrida



Los cuatro se dejaron caer en el sofá, sin importarles ya si había chinches, cucarachas o sapos. Tenían la ropa, el pelo y la cara cubiertos de hollín, pero por fin habían conseguido apagar las llamas. Extraña forma de empezar las vacaciones.

Aquella singular casa de alquiler no se parecía en nada a las fotos idílicas publicadas en internet. En el lugar donde se suponía que tenía que estar el jacuzzi y la piscina privada, se habían encontrado un charco lleno de hierbajos y todo tipo de insectos; la preciosa barbacoa junto a la que habían soñado disfrutar de las noches veraniegas entre chuletillas de cordero y chorizo parrillero, era un auténtico vertedero y, en vez de sillas, los propietarios habían decidido decorar su esperpéntica mansión con lo que parecían montículos hechos con caca seca de elefante.

-      Yo ahí no me siento ni de coña – sentenció Daniela mirando a su amiga.

Los ‘Super Host’ Monsieur “Le Pig” y Madame “La Guarrete” (así los rebautizaron) eran artistas. Pero no unos artistas cualesquiera, eran unos artistas bohemios con un preocupante Síndrome de Diógenes que ya venía de serie, a los que no les importaba ‘prestar’ su hogar durante la época estival a cambio de unos cuantos (bastantes) euros.

Mirando a sus pies descalzos era inevitable pensar en mejillones al ver aquellas uñas negras en las que hacía tiempo que el agua y el jabón no habían hecho acto de presencia. Bueno, ni en las uñas ni en ninguna otra parte, aunque eso no lo descubrirían hasta mucho más tarde.

Después de diez horas de viaje, habían agradecido la nada improvisada recepción: visita fugaz al interior de la casa (très jolie, repetía Vera como una boba), presentación oficial de las dos gallinas que dormían en el corral, crepes, mermelada, zumo de manzana, vino casero y toda una serie de normas que se resumían en “si algo no funciona le preguntan al vecino”.

Estaban demasiado cansados como para percatarse de las miradas sibilinas que los propietarios se cruzaban entre ellos, mientras las copas y los vasos se llenaban una vez más de vino y zumo de manzana… Nadie sabe qué pudo pasar. 

La primera en despertar fue Daniela. Estaba tendida en el suelo y al incorporarse le fue imposible esquivar el lavabo. El golpe terminó de rematar su ya dolorida cabeza, se palpó con miedo. ¡Buff! ¡Menos mal!, no había sangre. Le costó espabilar a su amiga.

-      ¿Pero dónde narices estamos? – Vera apoyó la mano derecha en un tronco sobre el que había varios rollos de papel higiénico e hizo fuerza para poder levantarse.
-      Pues si no estoy equivocada, creo que alguien nos ha encerrado en un cuarto de baño.

¿Encerradas? No, por favor. Vera tenía claustrofobia, empezó a hiperventilar y estuvo a punto de desmayarse si no llega a ser porque Daniela consiguió abrir la puerta de una patada (al final resulta que las clases de capoeira le habían servido para algo).

¿Y ellos?, ¿dónde se habían metido César y Lucas? Ni rastro. Al menos no había ni una sola señal en aquel minúsculo cuarto de baño. Lo que sí había era un mapa de la región que ocupaba toda la pared y que estaba estratégicamente situado frente al inodoro.

¿Pero a qué psicópata se le ocurre empapelar un cuarto de baño con un mapa y páginas arrancadas de revistas con fotos de grupos musicales y artistas del país? Ninguna de las dos se atrevía a abrir la boca.

El móvil de Vera comenzó a vibrar en el bolsillo trasero del pantalón.

-      No lo cojas. Ni se te ocurra. ¿No sabes que si suena el teléfono y estás en una situación de peligro no lo tienes que coger porque seguramente es el asesino que te está viendo a través de la ventana y cuando menos te lo esperes va a entrar y te va a matar con un hacha? Eso es de primero de películas de terror.

Miró a su amiga, se había quedado sin aire. El golpe en la cabeza le había sentado mal, seguro. Fue a descolgar, pero ya era tarde, nadie al otro lado. Ahora, el que sonaba era el móvil de Daniela que, en un acto reflejo, lo lanzó por los aires. Cayó directamente al inodoro. ¡Chof! Adiós teléfono.

Incomunicadas y sin pistas de sus novios decidieron moverse y empezar a investigar. La patada de Daniela había desencajado la puerta del baño, podían salir.

Tropezarse con los cuerpos de Monsieur “Le Pig” y Madame “La Guarrete” tirados en el suelo y llenos de sangre no entraba dentro de su plan de escape; pero lo que jamás hubieran imaginado es que se encontrarían a sus novios jugando tranquilamente al parchís en la cocina, mientras hablaban de cómo deshacerse de los cadáveres.

-      ¡Joder!, ¿pero dónde os habíais metido? Acabo de poner a calentar agua, ¿alguien quiere un té, una manzanilla con anís o una infusión de pomelo?- preguntó Lucas.

El humo negro y el olor a goma quemada se extendieron rápidamente por toda la casa. El hervidor no estaba en su base (con su cable, su enchufe y su botoncito rojo). Alguien había tenido la genial idea de ponerlo a calentar en la cocina de gas.

Con la explosión, Vera, Daniela, Lucas y César fueron catapultados hacia el exterior de la casa y cayeron en el charco de los hierbajos.

Ya no tendrían que preocuparse por los cuerpos del matrimonio “Le Pig-La Guarrete”. Ya no estaban, se habían volatizado, como en la ‘Guerra de los mundos’. Vamos, que ni siquiera iba a hacer falta echar las cenizas a las gallinas.

Los cuatro se sentaron en el sofá, sucios y agotados. Había llegado el momento de hablar de lo que había pasado.

César sacó el portátil, entró en la página de Tripadvisor y escribió. “La casa bien, los dueños muy majos. Se nos ha quemado el hervidor de agua, pero mañana compraremos uno nuevo”.


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