Ya si eso, te lo pregunto luego
“Contiene
camelia, ingrediente natural con propiedades que eliminan el 90 % de las
bacterias y hongos que causan molestias en tu zona V; extracto de aloe vera,
ideal para la delicada piel de tu zona íntima, gracias a sus propiedad
humectantes, hidratantes y suavizantes; ácido láctico que no altera el ph y la
protege de los factores que generan olores y posibles irritaciones… Sin
parabenos, sin cloruro de sodio adicionado, sin alcohol…” bla, bla, bla.
No
es que la lectura de los ingredientes de ese jabón íntimo que le habían
regalado en el súper con la compra de dos botellas de aceite de oliva del
bueno, fuera lo más entretenido del mundo mundial, pero era lo que tenía más a
mano.
La
batería del móvil se le había terminado en el momento más inoportuno y se había
quedado con las ganas de ver las recomendaciones de moda de Dulceida, Olivia
Palermo o María Pombo, la impactante foto de la reina en biquini “que arrasa en
horas” (decía el titular), o saber cuáles eran la seis mejores recetas con
alcachofas, aunque no sabía para qué, si no le gustaban.
Tan
ensimismada estaba en sus pensamientos, que el bote del jabón que no alteraría
el ph de su zona íntima se cayó al suelo, y el ruido provocó que dos tiarrones
de metro noventa (por lo menos) con traje, gafas de sol y pistola (magnum 44,
como el helado), abrieran de golpe la puerta del baño.
¡Hostia!,
¡Qué susto! Ya se había olvidado de ellos.
-
¿Todo
bien señora?
-
Sí,
sí, todo bien. Sólo se me ha caído un bote al suelo – dijo, mientras así, tal y
como estaba, sentada en la taza del váter y con las bragas por las rodillas,
intentaba recordar cómo había llegado a la desesperada decisión de tener que
contratar a dos ex agentes del Servicio Secreto de los Estados Unidos para que
velaran por su intimidad (no como el jabón) y pudiera, de una vez por todas,
estar sola en el baño. ¡¡Sola!!
¡Menos
mal! que había llegado a tiempo de pillar un “dos por uno”, porque con los
ahorros que tenía en el doble fondo de la lata del Cola Cao, no le daba ni para
medio.
Taylor
estaba sordo del oído derecho y Smith tenía un tic en el ojo izquierdo, por lo
que ya no podían seguir trabajando en el Servicio Secreto, pero a ella le
venían de perlas.
La
puerta del baño se había vuelto a cerrar y decidió que ya era hora de darse un
bañito de espuma relajante. No solía hacerlo porque no le gustaba andar
desperdiciando agua así como así…, pero es que lo necesitaba. La música suave
de Silvio Rodríguez de fondo y el aroma a romero y mandarina de las sales de
baño la acompañarían durante un ratito.
Aún
recuerda la última vez que lo intentó. Apenas se había metido en la bañera y
cerrado los ojos con el único propósito de relajarse diez minutos (ja, ja, ja),
cuando su marido apareció en el baño.
Tras
él, los niños, el perro, su cuñada que estaba en casa pasando “unos diítas”, la
gata de su cuñada, el loro que se le había escapado a la vecina, el técnico de
la empresa de telefonía que había venido a no sé qué del wifi, dos testigos de
Jehová que se habían encontrado la puerta de casa abierta (la había dejado su
cuñada, seguro), el carpintero que había venido a hacer un presupuesto de un
armario nuevo que quería poner en la salita de estar y un señor de Cuenca que
pasaba por ahí. Todos, absolutamente todos, tenían algo que decirle,
preguntarle o comentarle en ese preciso momento.
¡Vamos!,
¡Ríete tú de la escena del camarote de los Hermanos Marx en Una Noche en la Ópera!
Ya
no podía más, había llegado al límite. Se puso en modo Fernando Fernán Gómez
(gran actor, por cierto), y gritó un ¡A la mierdaaaaaaaaaa!, que lo escuchó
hasta su madre, que vivía al otro lado del Atlántico.
Todos
salieron del baño (acojonados, literalmente) como si hubieran visto a la niña
del Exorcista girar y girar la cabeza.
Solo
su hijo de cuatro años se dio la vuelta y entró de nuevo al baño.
-
Mami
que yo solo te quería preguntar que si es verdad que cuando nos morimos, nos
convertimos en zombies y se nos cae el pito… Pero ya si eso, te lo pregunto
luego.
Fue
precisamente su madre quien le dio la solución. Y ahí estaban ahora Taylor y
Smith, apostados cada uno a un lado de la puerta del baño, mirando hacia el
pasillo y diciendo cosas como “el pájaro está en el nido”, “el conejo está en
la madriguera” o “Roger, la bestia está en camino”.
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