Un troll tiene mis calzoncillos




La sirena del instituto sonó antes de lo previsto pero nadie se quejó. Guardó los apuntes en la mochila, el examen de Matemáticas le había salido mejor de lo que esperaba, así que se había ganado todo un fin de semana de descanso. O eso creía él.

En la pantalla del móvil, el icono de la batería indicaba que le quedaba un dos por ciento. Se apagó, así que tuvo que cambiar de planes. Optó por no entretenerse e ir directo a casa para evitar problemas. Mejor dicho, para evitar más problemas, porque su vida últimamente era eso; un problema detrás de otro.

¿Por qué? No lo sabía ni él, pero si hay algo que sí sabe todo el mundo es que la vida de un adolescente está llena de dificultades, disgustos, preocupaciones, contratiempos e impedimentos. Vamos, en resumen, que la vida es injusta, superinjusta.

Al doblar la esquina frenó en seco. Dos inmensos contenedores rectangulares de color blanco atravesaban la calle impidiendo el paso a los mortales. Parecían de esas casas móviles prefabricadas, pero a lo bestia. ¿Cómo habían llegado ahí? Ni idea, pero ni él ni sus amigos podían seguir avanzando. Miró el reloj, los minutos pasaban rápido. Tenía que llegar a casa antes que ella y no lo tenía fácil.

Todo lo que su vista alcanzaba a ver eran metros y metros de túneles de invernadero que salían de las estructuras rectangulares y terminaban vete tú a saber dónde.

En su interior no había lechugas precisamente, sino gente corriendo de un lado a otro, gente rara, muy rara, vestida completamente de blanco, con trajes protectores y cascos herméticos que indicaban que lo que estaba pasando no podía ser nada bueno.

-      Lo siento, el acceso está restringido, toda la zona está en cuarentena, no pueden pasar. ¿No han visto la señal de peligro, la de prohibido el paso y el cartel? Ahí, a la izquierda, bien clarito todo, ¿no les enseñan comprensión lectora en clase?

Giró la cabeza y leyó. “Prohibido el paso a toda persona que no tenga titulación militar o médica”.

-      ¡Vamos hombre!, ¿Qué ha pasado?, ¿qué están haciendo?, ¿por qué no puedo llegar a mi casa?

El soldado lo miró con desconfianza a través de la máscara antigás.

-      ¡Documentación!

¡Ja! Muy gracioso el soldado. ¿Qué adolescente lleva encima el dni?, bastante tenía con acordarse de meter en la mochila el bocadillo y las llaves.

-      No la tengo, pero mire, vivo ahí enfrente y necesito llegar a casa antes de que lo haga mi madre –suplicó-. Tengo que ordenar mi cuarto.

El soldado se puso tenso, cogió el walkie y empezó a gritar.

-      ¡Código rojo, código rojo! Tengo a un joven intentando pasar al otro lado de los túneles, dice que su madre está a punto de llegar a casa y no ha recogido el cuarto.

La puerta de uno de los contenedores se abrió de golpe y aparecieron cuatro tipos que parecían salidos de las tropas de asalto del Imperio Galáctico. Uno le quitó la mochila y la examinó con un detector de bacterias y otros bichos, que habían desarrollado unos investigadores del Laboratorio Nacional de Berkeley (California), otro le colocó un buzo blanco y un casco hermético, y los otros dos lo cogieron, cada uno por un brazo, y se lo llevaron hasta el interior de los túneles.

La voz de su madre retumbaba en su cabeza. “Esta habitación está hecha un asco, no hay quien entre aquí. Un día de estos te vas a encontrar una familia de trolls viviendo en el cajón de los calzoncillos”, le había dicho, tras vaciarle el armario y los cajones de la cómoda por quinta vez este mes.

Después de que ella sacara el pijama y tres pares de calcetines del zapatero, seis camisetas sudadas (que, evidentemente, no había puesto nunca a lavar) del cajón de los bañadores, los pantalones y la sudadera del día anterior convertidos en una pelota que había lanzado al fondo del armario, la ropa de deporte, las playeras que le habían regalado por Navidad y dos toallas mojadas que estaban dentro de la mochila del gimnasio desde vete tú a saber cuándo, la alfombra de su habitación había sido ocupada por algo parecido a la Montaña de Basura de los Fraggle (serie infantil de los 80 para quien no lo sepa), aunque, por fortuna, ésta aún no hablaba.

En el interior del túnel transparente todo el mundo lo miraba y le lanzaba miradas de odio.

-      Así que has sido tú el que ha provocado esto ¿no? Tenemos a medio barrio infectado, una familia entera de trolls ha salido de tu dormitorio, ha secuestrado a tu hermano y ahora piden seis toneladas de setas alucinógenas como rescate. No sé cómo vamos a salir de este lío.

Empezó a marearse. ¿Le estaban hablando de trolls?, ¿esos seres horrorosos, asquerosos, guarros y desagradables que dejaban un rastro apestoso por donde pasaban?, ¿cómo había podido ocurrir?, ¿qué hacía ese con sus calzoncillos?, ¿dónde estaba su hermano?

¡Su madre! De pronto volvió a pensar en ella. Tendría que haber llegado ya. La bola de angustia alojada en su garganta se convirtió en llanto. Quiso correr, pero el pánico lo había dejado paralizado. Notó cómo alguien lo zarandeaba.

-      ¡Julián, levántate ya que el despertador ha sonado hace media hora! Y ya sabes lo que hay, o recoges y limpias tu habitación hasta que yo me vea reflejada en el suelo o no sales hoy con los colegas.

Abrió los ojos, estaba empapado en sudor, el terror se había apoderado de él y no se atrevía a salir de la cama. Ahora, ahora es cuando empezaba la verdadera pesadilla.


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