Calla, que mi perro no lo sabe



-      Buenas tardes, tenemos una reserva, una habitación familiar, cinco miembros.

El recepcionista levantó la cabeza y dirigió una mirada curiosa al grupo: Dos adultos, dos adolescentes y un…

-      Perdone señora, pero es que en este hotel no se admiten…
-      No lo diga, no lo diga.
-      ¿Perdón? Se lo tengo que decir.
-      Que no lo diga, que ya sé lo que va a decir.
-      Y si lo sabe ¿por qué traen al perro con ustedes?
-      ¡Hala!, ya lo dijo.

Yuco levantó una oreja, sin creer lo que acababa de escuchar. “¿Ha dicho perro?, ¿un perro?, ¿dónde?, ¿desde cuándo nosotros tenemos perro?”.

-      Mire – la mujer bajó el tono de su voz hasta que casi se convirtió en un susurro y se dirigió de nuevo al recepcionista - ¿no podría usted hacer la vista gorda?, ¿disimular un poco?, es que él no lo sabe, ¿me entiende?
-      ¿Qué es lo que no sabe su perro? – el recepcionista no daba crédito.

“¿Pero de qué perro habla este loco?, o me lo explica alguien o me hago pis aquí mismo, en una de esas columnas tan feas”.

-      Chss, cállate que te van a oír.- El niño tiró de la correa y se dirigió a la puerta del hotel arrastrando a Yuco, que no dejaba de protestar porque, de nuevo, un ser al que no conocía de nada, le había confundido con un perro. ¡Un perro!

A ver, no es que fuera una fotocopia de sus hermanos, pero sí se daba cierto aire –pensó-. La misma carita redonda, los mismos ojos castaños, el mismo pelo rubio… Aunque él tenía un melenón que le cubría todo el cuerpo, y ellos no. Pero no le importaba, se sentía bien así, majestuoso como Bestia (sin Bella, de momento).

Se sentía bien incluso caminando a cuatro patas, sin entender por qué el resto de la humanidad sólo utilizaba dos. “Hay que ser tontos, si usas las cuatro puedes correr más rápido”, había dicho en multitud de ocasiones.

De hecho, había intentado que su familia lo probara, pero la última vez, el pequeño del clan acabó en Urgencias con la frente abierta al darse de lleno con el borde afilado de uno de los bancos del parque.

-      Sé que para usted es difícil de entender – insistió la mujer cuando vio que Yuco estaba lo suficientemente lejos como para no escucharla -, pero es que nuestro perro no sabe que es un perro.
-      Ya, señora, pero es que lo es.

Hizo un último esfuerzo.

-      Llevamos diez horas de viaje y es solo una noche, ¿no puede hacer una excepción?
-      Lo siento, pero no, las normas son las normas, o dejan al perro en el coche o se van.

Fuera, en la calle, había empezado a llover. Dentro del coche, un monovolumen con 643 litros de maletero (lo de la capacidad había sido un dato clave a la hora de comprarlo), los cinco se disponían a acomodarse para pasar la noche, repartidos en las tres filas de asientos.

“¿Y la cena?” – preguntó Yuco.

Ella suspiró y sin dejar de mirar cómo la lluvia golpeaba el parabrisas delantero, metió la mano en su mochila y empezó a repartir los bocadillos de tortilla que había preparado antes de salir de casa.

-      No podemos seguir así – dijo dirigiéndose a su marido -. Es el tercer hotel del que nos echan hoy.

“Pues a mí me gusta que estemos todos juntitos dentro del coche. Espero que no os hayáis olvidado de las galletas”, ladró Yuco a modo de respuesta, sintiéndose protegido entre los dos niños mientras mordisqueaba un trozo de tortilla y pedía con la pata que le dieran más.

-      No te preocupes cariño, mañana paramos en el primer chino que veamos, compramos unas gafas, una gorra y una gabardina, lo camuflamos y así nadie sabrá que se trata de un perro.

“¿Otra vez con el perro?, ¿qué perro?, ¿alguien me lo va a explicar?”.

-      De acuerdo, pero si no te importa, y aunque esté lloviendo, preferiría no tener que comprar una gabardina, y menos del chino, porque luego no la va a usar. Mejor una sudadera o un jersecito mono y unos pantalones a juego. Yo me encargo.

Se giró y miró a su perro que la observaba sonriendo, con esa cara de felicidad que solo saben poner los perros. Abrió el paquete de galletas María, sacó una y se la dio. “¡Guay!, no se ha olvidado de la galleta”.

Yuco se relamió el bigote y saboreó las últimas miguitas. A su lado, los niños ya se habían dormido. Cogió su mantita con los dientes y se tapó. Era feliz, estaba con su familia y eso era lo más importante para él.



Nota de la autora:

Este relato es un homenaje a nuestro perrito Yuco. Llegó a casa cuando apenas tenía dos meses y este lunes hizo su último viaje. Han sido 19 años de vida plena y feliz. Con él aprendimos a ser mejores personas.

“Un perro te enseñará amor incondicional. Si puedes tener eso en tu vida, las cosas no serán tan malas”. (Robert Wagner)



Comentarios

  1. He tardado en leerlo casi un mes. Tenía miedo a remover mi herida abierta desde el 7 de octubre pasado. Me ha sorprendido gratamente y he acabado sonriendo, siendo un polizón o una polizona, que una ya no sabe, a bordo de ese coche. Precioso homenaje. Ahora tengo que sacudirme las migas de tortilla.

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    1. Gracias por leerlo. Empecé el blog de casualidad, justo el día antes de que nuestro Yuco se fuera. Escribir el cuento me ayudó a sacar el dolor y la pena. Supongo que mucha gente no entenderá ese dolor, pero sé que otra mucha sí. Yuco nunca se irá del todo. Siempre estará con nosotros. Como el tuyo. Gracias de nuevo, por leerlo y por tu mensaje. 😘

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