Dulce y cándida Calima

—Mami, ¿cuántos catadores se han muerto a lo largo de la historia? La taza de café (doble, cargado y con extra de azúcar) casi se le cae de las manos. “Hoy no por favor, hoy no toca, no estoy de humor”, pensó mientras giraba la cabeza para ver bien la hora en el reloj del horno, tratando de evitar la mirada interrogante de su hija, y se tomaba un paracetamol. —A ver Calima, cariño, deja ya de mirar la caja de los cereales y tómate el zumo que se te van las vitaminas (frase típica de madre junto a ‘no me pises lo fregao’ o ‘a que voy yo y lo encuentro’). Miró a aquella niña que con apenas cuatro años ya sabía leer y que en los últimos meses había convertido todo lo que la rodeaba en una pregunta constante. Mami por qué esto, mami por qué aquello, mami qué significa, mami cómo se hace, mami, mami, mami… Normalmente, se sentaba y respondía tranquilamente pero hoy no. Hoy tenía un dolor de cabeza terrible, Mariana llegaría de un momento a otro y ella solo podía mira...