Cabos sueltos

—Estoy perdida. Apoyó la frente contra la ventana deseando que las gotas de lluvia que golpeaban el cristal, golpearan también su conciencia y la dejaran libre de todo mal pensamiento. Que su suegra resbalara y cayera por las escaleras del chalecito de la playa, después de semanas criticando su forma de preparar la paella, o que el Lamborghini del cabronazo de su jefe se incendiara tras negarle sus merecidas vacaciones, no había sido fruto de la casualidad. Sonrió. Todo había salido según lo previsto, pero no iba a ser ella quien lo dijera. —Tú no tienes la culpa, Sabrina, a veces estas cosas pasan, sin más. No podemos controlar todo lo que ocurre a nuestro alrededor, ya deberías saberlo. "A veces las cosas pasan, a veces las cosas pasan..." Eso no la ayudaba, se le agotaba la paciencia y se estaba empezando a cansar del mismo sermón. Cada jueves, la misma cantinela. Se suponía que los ochenta euros de sesión semanal pagados a tocateja durante los s...